Jueves 10/07/2025
Este año se conmemoran los 1700 años transcurridos desde la celebración del concilio de Nicea (325 d. C), que fue muy importante para el desarrollo de la doctrina de la Trinidad. Sobre este tema escribe el Apóstol (en descanso) Norberto Passuni. Compartimos un extracto del artículo.
A fines del siglo III y principios del IV la Iglesia sufrió quizá la más terrible de las persecuciones por parte del imperio romano. El proceso comenzó alrededor del año 295 y fue agravándose progresivamente durante unos 15 años. Entonces ocurrió un hecho que lo cambió todo: en medio de la lucha por el trono entre varios pretendientes, uno de ellos, Constantino, adoptó la fe cristiana y en la parte del imperio que estaba bajo su gobierno proclamó la libertad de religión para los cristianos (año 313). Cuando luego fue el único emperador, consolidó esa postura favorable a la fe cristiana.
Con el fin de las persecuciones en las que la Iglesia debía defenderse de lo externo, pasaron a ser prioritarios entonces los temas no resueltos relativos al contenido de la fe.
Con una presencia calculada entre 250 y 300 participantes, la sesión inaugural del concilio tuvo lugar el 20 de mayo del año 325 y se mantuvo en sesiones poco más de dos meses.
El gran valor del concilio debemos buscarlo en que produjo una definición de fe.
El Padre y el Hijo son de la misma sustancia: son consustanciales. Además, el Hijo no fue hecho por el Padre sino engendrado por Él.
Es decir que en este concilio se trató de esclarecer solamente cómo la fe cristiana entendía la relación del Padre con el Hijo. Correspondería luego al segundo concilio ecuménico, celebrado en Constantinopla en el año 381, siendo emperador Teodosio el Grande, formular el dogma de la Trinidad divina.
Un primer aspecto para destacar del tema es que este dogma de nuestra fe se define varios siglos después del hecho redentor. Al mismo tiempo, en ese proceso se evidencia la tensión que demanda nuestra condición de cristianos entre lo dado y lo que debemos buscar, entre lo confiado que debe guardarse y la verdad que debe descubrirse (Catecismo 1.3). El dogma de la Trinidad divina es un misterio. Un problema tiene la posibilidad de ser resuelto, el misterio en cambio solo puede ser reconocido. Todos los enunciados que elaboró la Iglesia para definir su fe son resultado de un largo proceso donde cada palabra utilizada fue cuidadosamente sopesada. Pero debemos resaltar: solo cuando reconocemos con humildad los estrechos límites de nuestra posibilidad de saber es cuando adoptamos la posición correcta ante el misterio.
Nuestra Iglesia entiende que las Confesiones de fe de la Iglesia antigua, entre las que cuentan las disposiciones dogmáticas del Concilio de Nicea, “resumen en forma concisa y valedera lo testificado en las Sagradas Escrituras. Por lo tanto exceden los límites confesionales y representan un órgano que vincula a los cristianos” (Catecismo INA 2.3).
Podemos leer el artículo completo en la próxima revista Community, edición de julio 2025.