Viernes 04/03/2022
¿Qué significa tener fe? ¿Qué implica decir “yo creo”? ¿Qué consecuencias tiene para la vida del cristiano? Una colaboración escrita por el Apóstol de Distrito en descanso Norberto Passuni.
“Yo creo…” Así comienzan los diez artículos de nuestra Confesión de fe, es decir los enunciados que resumen nuestra doctrina de fe. El profesarnos a ellos define la pertenencia a la Iglesia. Colocaremos nuestra atención en el significado que tiene ese “ yo creo…” para la persona que lo manifiesta, todo lo que está contenido en esas breves formulaciones dogmáticas que acepta y las implicancias concretas para su vida. En lo que sigue solo podemos esbozar algunos pensamientos que más bien se limitan a insinuarnos la importancia del todo al que nos estamos refiriendo.
“Yo…” Hay una decisión personal que difiere de cualquier otra toma de posición o compromiso. Probablemente sea en el voto de la Confirmación donde podamos advertir mejor esa diferencia: “Yo renuncio… y me entrego a ti…”. El creyente no adhiere simplemente a una doctrina sino que su consentimiento es un verdadero acto de conversión. En ese “yo”, el ser humano acepta sustentar en Dios la totalidad de su vida.
“…creo…” La fe del cristiano no es una flor que nace espontáneamente en su jardín. No surge tampoco como logro del intelecto en sus especulaciones sobre las cosas últimas y el sentido del todo. El creyente debe reconocer a la fe como un regalo y hacerla realidad en la consumación de su vida. Al comienzo de la fe siempre está Dios, quien se revela a través de palabras y obras.
En Juan 17: 20 dice: “Mas no ruego solamente por estos, sino por los que han de creer mí por la palabra de ellos…”. Y en Romanos 10: 17 leemos: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”. En el origen de la fe está la escucha. Esa palabra es algo que me es dado, que primero recibo y solo después trato de comprender. Por eso la teología es una reflexión al interno de lo ya creído.
Algunas aclaraciones preliminares
Ciertos temas es conveniente tenerlos presentes porque son determinantes a la hora de explicar la actitud que adopta el creyente en su vida:
*Hebreos 11:1: “ Es, pues, la fe…, la convicción de lo que no se ve...”. Es decir, la fe es la seguridad en la existencia de lo que no se percibe por los sentidos. Con esto se agrega una dimensión a lo que naturalmente llamamos realidad: incorporamos lo invisible también como real. Y es por la fe que se abre el reconocimiento de ese ámbito al creyente. Pero no acaba en esto lo importante…
*En Juan 1:18 dice: “A Dios nadie le vio jamás”. En otros términos, Dios es invisible. En el artículo primero de la Confesión de fe decimos que lo material y lo espiritual, tanto lo visible como lo invisible, existen gracias al acto creador de Dios. Dios es el Autor de la realidad entera y ella da testimonio de Él. Vale recordar que aunque el primer artículo de la fe habla de Dios el Padre como Creador, en las obras externas de la Trinidad siempre actúan las tres personas divinas.
Lo dicho nos va conduciendo a las primeras conclusiones: lo invisible está antes que aquello que llamamos real. Pero eso invisible tiene otra condición: es más importante que lo visible, porque es su origen y, en consecuencia, lo que le da sentido. Volveremos sobre esto pero ahora puede servirnos un ejemplo:
*Dice Pablo en 1 Corintios 15: 3: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados,…”. En que Jesucristo murió pueden coincidir tanto el historiador como el Apóstol. En la interpretación seguramente divergen, que murió por nuestros pecados no consta en las “actas” del juicio.
Pasamos a considerar otro tema como segundo ejemplo. En el tercer artículo de la Confesión de fe el creyente manifiesta creer “en la resurrección de los muertos y en la vida eterna”. Se puede decir que este enunciado es fundamental. Para el cristiano, la muerte no es lo definitivo. En 1 Corintios 15: 13-14 dice: “…porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe”. Si falta la fe en la resurrección entonces todo lo demás pierde valor, Jesucristo ya no es el Hijo de Dios que ha asumido una naturaleza humana, sino un maestro más como tantos otros, cuya doctrina está sujeta a la opinión del hombre.
Veamos por último la relación del creyente con el estado. Dos milenios de historia humana muestran que las sociedades han adoptado en su organización política esquemas muy diversos y el cristiano debió vivir su fe en ambientes que muchas veces colocaron su vida en peligro. Aunque todavía subsisten situaciones de este tipo en nuestro tiempo es evidente que no es la realidad mayoritaria en el concierto de las naciones. Nuestra Confesión de fe dice en su artículo décimo: “Yo creo que estoy comprometido a obedecer a las autoridades mundanas, siempre que con ello no sean transgredidas las leyes divinas”. Esta premisa es guía para el cristiano también en toda su vida social.
Mirar desde la fe
Volvemos ahora a lo prometido al principio. Dejemos de lado por un momento el análisis de los textos de la Confesión y, tal como dijimos más arriba, veamos cómo ellos se encarnan en la vida concreta de la persona que los acepta.
La fe es un situarse siempre ante toda la realidad, no en ciertos momentos o circunstancias. Es como ubicarse desde un mirador especial y la perspectiva que desde allí resulta es condición previa a todas las decisiones que jalonan la vida.
Un regalo. La fe es algo que se recibe, como don, en un proceso dialogal, porque el vehículo es la palabra. En la fe no se adopta una postura intelectual sino que establece un vínculo personal con Dios que está presente y actuando en el mundo (Jn 5:17).
Confianza y libertad. La realidad trasciende lo visible. La fe abre al cristiano el ámbito de lo no visible y reconoce que toda la creación está sujeta a su Creador, que Él la conserva y la gobierna. Por eso, aún cuando los acontecimientos no hagan patentes el propósito de Dios inclusive en lo personal, el cristiano mantiene la confianza en quien sustenta toda su vida, con la seguridad de que no será defraudado.
Como mencionamos, el décimo artículo de la fe establece una premisa para orientar la vida del creyente en su relación con el estado. Podemos considerar implícito algo especial en su contenido: agradecemos los beneficios que trae aparejados para nuestra calidad de vida el desarrollo prodigioso de los conocimientos en nuestro tiempo. No obstante, hay casos en los que aún contando con el respaldo de la ciencia, con su prestigio y autoridad, la fe tiene algo que decir. Ser libre es elegirse más bien que elegir y esto significa ser fiel a uno mismo en la vida.
Nuestra esperanza
Y lo más importante: la posición que la persona adopta ante la idea de la muerte es determinante para su vida. La muerte supone el sinsentido de la nada para la vida. Por eso se hacen tantos esfuerzos para desviar la mirada de todo lo que la recuerde. Son recursos que distraen pero que de ninguna manera disminuyen la percepción de su acechanza, con más o menos intensidad.
Sin embargo, el cristiano sabe que la ruptura que produce la muerte no es definitiva, que su esperanza se apoya en algo que ya sucedió porque cree a los testigos que dan fe de ello: el Señor ha resucitado.
Los conceptos considerados en este escrito fueron básicamente tomados del Catecismo. Quien tenga interés en el tema, encontrará en esa obra la posibilidad de ampliar y profundizar su tratamiento.
Norberto Passuni, Apóstol de Distrito (e.d.)