Un canto a la fe - Entrevista a Vicente Graziano

Martes 07/12/2010

En el himnario nuevoapostólico de la Iglesia regional Argentina, suele verse al pie de las obras el nombre de sus autores. La mayoría de nosotros sabe poco acerca de ellos. ¿Quiénes son? ¿Cuándo los compusieron? ¿Cómo se inspiraron?
Hoy compartimos una entrevista realizada a Vicente Graziano, compositor de más de 60 himnos que acompañaron y siguen acompañándonos en cada Servicio Divino.


“Siempre comento que cuando se utilizaba el himnario anterior al actual (que no tenía especificados los autores), yo me gozaba íntimamente, me sentía muy feliz, pero no decía nada, me parecía una pedantería decir: “éste lo compuse yo”. ¿Por qué digo esto? Porque cuando me siento inspirado y decidido a componer un himno, presiento que desde el momento mismo de su concepción, ya no me pertenece... Esa es mi convicción.
Cuando después se publicó el nuevo himnario y apareció mi nombre, muchos se asombraban, incluso en la misma comunidad donde concurro: “¿Pero cómo? ¡Nunca dijiste nada!”. Para mí estaba bien. Yo hubiera preferido quedar en el anonimato, y lo digo con el corazón, sin falsa modestia. Mi satisfacción íntima es cuando escucho que se entonan esos himnos”

• Muchos hermanos y hermanas en Argentina conocen su nombre por ser autor de muchos himnos en nuestra Iglesia, pero probablemente poco sepan de Ud., de modo que desearíamos presentarle brevemente. ¿De dónde es oriundo Ud.? ¿Cuándo y cómo conoció la fe nuevoapostólica?
Soy argentino, nacido en la provincia de Buenos Aires, en la localidad de Avellaneda. Actualmente resido en Mar del Plata, desde hace 15 años, pero me crié en el partido de Lanús. Conocí la Obra creo que a los 10 años; en mi familia éramos mis padres y mis tres hermanos. Yo soy el mayor. Resultó que un tío mío, el hermano de mi mamá, estaba de novio con una joven del barrio, que era nuevoapostólica. Entonces mi tío empezó a concurrir a la iglesia por su novia. Un día me dice: ¿querés venir? Y me llevó a la comunidad de Gerli 2. Ahí conocí la Obra, a los 10 años.

• ¿Cómo comenzó su relación con la música? ¿Qué instrumentos interpreta?
En mi casa, ese tío mío tocaba la guitarra y cantaba. Un hermano de él también. Y yo me fascinaba mirándolos y escuchándolos. Me encantaba. Un buen día llegó a mis manos una armónica. No sé ni cómo, porque nosotros no la podíamos comprar. Me pongo a tocarla y vi que me salía todo no sé cómo. Tendría 10 ó 12 años. Lo que me pedían que tocara, lo tocaba. Cómo, no sé. Los chicos del barrio me decían: ¿Por qué no nos enseñás cómo se toca la armónica? –Es que yo no sé enseñarte, porque nadie me enseñó. Y era verdad, porque la armónica común se toca por oído (no la cromática, que es otra cosa). Ahí yo me di cuenta de que una facilidad de oído, que es lo que me ayudó siempre.
Luego aprendí a tocar el armonio, y la guitarra pero para acompañarme. También el acordeón a piano. Siempre cuento que mi vocación por la música la llevo en el alma. Que si no hubiera conocido la Obra tal vez yo no estaría acá ahora, estaría, no sé, de gira por Europa. Es mi vocación, desde niño.

• ¿Trabajó con la música de manera profesional?
No, nunca. Y tiene relación con la pregunta anterior. Los siervos de mi comunidad veían que yo tenía cierta facilidad para la música y teníamos una maestra que venía “prestada” y tocaba el armonio. Pero en algún momento tenía que volver a su comunidad. Entonces el Pastor, siempre me acuerdo, me dice: “Vicente, ¿a vos no te gustaría aprender música? Porque acá la hermanita se tiene que ir a su comunidad en algún momento”. ¡Y yo qué iba a aprender música! ¡Quién estudiaba música en ese tiempo! Nadie. No había profesores “a mano” y si los había, no estaban al alcance, porque no era como ahora que hasta en la escuela se aprende música. Entonces me acordé de un tío, hermano de mi mamá, italiano como todos mis familiares, que tocaba la trompeta. Pero no podía vivir de la música. Entonces, a la sazón, era “zapatero-remendón”. Porque claro, en aquella época no había la facilidad de salida laboral para el músico. Tenía que ganarse la vida arreglando zapatos. Y de vez en cuando, cuando venía algún circo (eso me contaba él) lo llamaban y formaba el plantel tocando la trompeta.
Entonces estudié con él. ¿Pero cuándo? En las vacaciones de la escuela primaria a la secundaria. Ya tenía 12 años cumplidos y en los tres meses que me quedaban de tiempo. Lo hice con tanto entusiasmo. Y mientras él estaba con el trinchete y el martillo, me enseñaba a mí el solfeo. A leer música. Descubrí un mundo nuevo. Cuando me dijeron que la música se escribía, yo no lo podía creer. La música yo la escuchaba por la radio y nada más. Jamás había visto una partitura. Yo pensaba: “¿Cómo puede ser? Si mi tío toca la guitarra y canta, y nunca estudió música, y yo tocaba la armónica y nunca había estudiado música... No podía comprender a esa edad cómo la música se escribía.
Cuando fui a la iglesia, vi a la hermanita tocando el armonio, que miraba la partitura y para mí era chino lo que estaba escrito ahí. Yo decía: ¡cómo puede tocar mirando esos jeroglíficos! Se me iban los ojos por el entusiasmo. Fue el primer contacto que yo tuve con la música. Estaba apasionado.

• ¿Recuerda a alguna persona (que comparta o no nuestra fe), que haya influenciado especialmente en su gusto por la música?
Mi tío me enseñó solfeo. Él no era apostólico. Pero yo después debía aprender el teclado. Él me preguntó: ¿por qué querés aprender música? –Tío, para tocar en la iglesia. Pero él no sabía tocar porque no tenía piano ni nada. Le dije: “Yo después me encargo”. Entonces esa hermanita que era la armonista, me enseñó el teclado. Ahí yo completé mi instrucción musical. Que duró tres meses, nada más.
Iba al fondo de mi casa, debajo del olivo, y me ponía a solfear. ¿Y no había nadie que me mirara? Sí, las gallinas, los patos, el perro, el tero... ¿qué está haciendo este loco, agitando los brazos? (risas).
Pero mis padres me veían tan entusiasmado con la música que tenían miedo y querían que yo siguiera estudiando en la escuela secundaria. Entonces mi papá no quería que estudiara música. Por eso estudié esos tres meses, durante las vacaciones. Después seguí con los libros: libro de música que agarraba, libro que estudiaba. Nunca más me enseñó nadie. Aprendí con los libros todo lo que podía.
El teclado entonces me lo enseñó aquella hermanita, y todavía recuerdo los “coscorrones” que me daba porque yo miraba la partitura, la primera línea y después tocaba mirando el teclado, ya la había memorizado. “¡Mirá la música, mirá la música!”, me decía (ríe). Después de 60 años la vi a esta hermana en Mar del Plata. Había ido a visitarme y no lo podía creer.

• ¿Cuántos himnos ha compuesto Ud. para nuestra Iglesia?
Hace un tiempo hice una lista, juntando apuntes y memorizando. Son algo más de 60, incluyendo 7 himnos para niños, compuestos hace décadas.

• Hay himnos de su autoría muy conocidos para los hijos de Dios en esta área: “Si cada mañana”, “La más grande riqueza” y tantos otros. Durante una transmisión de un Servicio Divino del Apóstol Mayor desde Europa, muchos aquí nos sentimos conmovidos al escuchar la melodía de “Como si fuera el último Sermón”. ¿Qué sintió Ud.?
Estaba sentado en el último banco, en la comunidad de Mar del Plata N° 1, que es donde se reciben las transmisiones [satelitales]. No era la primera vez que lo escuchaba; incluso me habían obsequiado un CD editado en Europa donde está en cuatro versiones distintas: cantado por niños, cantado en francés e italiano y después con la orquesta. Bueno, pero fue conmovedor. Fue una emoción tan inmensa que agaché la cabeza y no podía contener las lágrimas. Un Diácono que me conocía y sabía, me palmeaba la espalda, como diciendo “¡reaccioná!”. Fue una emoción indescriptible, que no se puede contar. Un honor altísimo. Porque yo sabía que era un himno preferido del Apóstol Mayor Fehr. Me había enterado. Entonces después tuve el anhelo ferviente de escribirle una carta, cuando ya había entrado en descanso. ¡Y me contestó! ¿Imaginan lo que fue para mí recibir en mi hogar una carta suya? Donde hace mención a ese himno, me dice que se alegra por mí, que es su himno preferido y se alegraba de que ese himno fuera internacionalmente conocido.

• ¿Qué lo moviliza al momento de componer un himno? ¿Recuerda alguno en particular, cómo se ha inspirado en componerlo? Por ejemplo, ¿cómo fue la historia de este himno, “Como si fuera...”?
¿Quién no se ha sentido conmovido cuando nos anuncian que la venida del Señor es inminente? Y cuántas veces yo me siento en el banco, antes del Oficio y me conmuevo profundamente pensando que quizás ese sea “el último sermón”. Tal vez para todos... o quizás para mí. Entonces sentí “el duendecillo”, porque es así, que me dice al oído: qué hermoso sería componer un himno con este tema. Es así, porque así me pasa, se me ocurre un tema porque lo escuché en el Oficio, o porque un hermano lo dijo, o lo leí, un pasaje bíblico, en fin. Y después viene entonces el duendecillo que me dice al oído: qué lindo componer un himno con este tema.
Un día estaba de vacaciones en Mar del Plata, lo recuerdo bien, bien. Caminando por la playa, y empieza a brotar las notas. Yo siempre le pido al Padre: “Si tú me diste la idea, dame la inspiración divina, porque no quiero hacer nada humano; que venga de ti”. Siempre pienso que los himnos están compuestos en el cielo. Lo digo siempre así. Dios se lo revela a quien desea, tanto a mí como a otros hermanos muy inspirados, pero es así. Están compuestos en el cielo.
A mí se me ocurrió una idea, que fue inspiración divina, que de lo que yo sentía (porque si uno no lo siente ¿qué podemos transmitir?). Yo lo sentí así: quizás este pueda ser el último sermón. Y entonces uno se entrega con todo el corazón. Y ahí nació, en un verano de hace ya bastante tiempo.
Yo pasaba dos meses en Mar del Plata (viviendo en Buenos Aires) y tenía un pequeño armonio de cuatro octavas que me habían prestado en la iglesia (no existían los teclados) y era portátil. Entonces me lo llevaba. ¡Y salieron tantas cosas de ese “cajoncito mágico”!

• ¿Quisiera contarnos alguna anécdota que recuerde especialmente, en relación a los himnos que ha compuesto?
Habría muchas, pero hay una que me conmovió, porque es corta y muy significativa. Yo estuve en Mar del Plata hace unos 15 años en la comunidad N° 3. Cantaba en el coro en ese momento y cuando salimos a la vereda, siempre hay oportunidad de charlar, conversar, cambiar impresiones, saludarnos y darnos la mano. Por lo general uno siempre saluda a los mismos. Y a veces hay hermanos que uno los ve y no tiene la oportunidad de saludarlos. A lo mejor pasa un año. Nos conocemos de vista. En una oportunidad, ya estaba radicado en Mar del Plata, y era la época en que estaba el himnario anterior (donde no figuraban los autores). Entonces íbamos con mi esposa, en un atardecer de un hermoso domingo, caminando por la vereda de la costanera. En un momento dado nos sentamos. Y vemos a un hermano que empieza a venir caminando, al que yo nunca había tenido la oportunidad de saludar. De vista nos conocíamos. Él nos vio y se acercó a conversar con nosotros. No habíamos tenido siquiera la oportunidad de estrecharnos las manos, pero al vernos nos reconocimos.
Hicimos referencia al Oficio de la mañana (¿de qué otra cosa íbamos a hablar, no es cierto?). Y me dice: “¡Hoy salí tan conmovido de la iglesia! Como cada vez que escucho el himno “Qué lindo es ser apostólico”. No puedo decirle... ¡ese himno me llega tan al alma! Es mi himno preferido”. Y yo pensaba: ¿se lo digo o no se lo digo? Yo prefería callarme la boca. Me siguió hablando del himno, y yo pensaba dejar la cosa ahí, ya era suficiente la satisfacción enorme de que este hermano me dijera eso. Pero miren lo que me dice: “Sueño con llegar a conocer al autor de este himno. Y si me entero que está en Europa y llego a viajar, voy a revolver cielo y tierra para ir a darle un abrazo...”. Entonces [se emociona] le dije: “Querido, no va a tener necesidad de ir tan lejos. Porque está delante suyo”. Nos abrazamos, ¡e imagínense el momento!

Yo quiero andar la senda
Tengo una anécdota más, si me permiten, que queda “para la historia”. Yo tenía mucha relación con el amado Pastor Franco, éramos “almas gemelas”, a pesar de que él estaba en un lado, muy lejos. Pero habíamos compartido tantos momentos, relacionados con el coro y demás, que nació una afinidad muy grande. Nos veíamos muy poco pero cada vez que nos veíamos, en aquel tiempo los dirigentes teníamos plena autonomía para elegir los cantos, para hacer arreglos, no existía la “Coordinación musical”, cosa que después, con buen tino, se organizó.
Entonces cada vez que me veía me decía: “Vicentito, tengo que preparar un coro”, para una inauguración o para un Sellamiento, siempre alguna ocasión especial. No existían los coros de distrito.
Un día voy a visitarlo a su casa. Conversamos, estaba él y la esposa. Y me dice: Vicentito, tengo una inauguración, y necesito un himno para esa especial ocasión, en que va a estar a cargo el Apóstol Bianchi. Necesito que me traigas o que compongas un himno. Quisiera estrenar uno. Yo le digo: si me das el tema del himno, mejor. Entonces estábamos en esa cavilación y la esposa dice: “El Apóstol Bianchi siempre tiene una expresión que usa: No me detengáis”. Con el Apóstol Bianchi sentíamos una afinidad muy grande... Y entonces, como iba a estar él presidiendo ese Oficio, yo le digo a Ricardo (Franco):
–¿Qué te parece? ¿Te gustaría que haga un himno sobre ese tema?
–Si a vos te parece bien...
–Bueno, dame un poquito de tiempo.
–Pero mirá que la inauguración está próxima.
–Está bien, pero no me apures, ¡dame un poquito de tiempo! (risas) No sé, una semana, quince días, lo que sea. Orá y pedile a Dios que me inspire, si te agrada ese tema y lo vamos a alegrar al amado Apóstol, me parece muy bien tomar un tema sobre algo que él expresa.
Para abreviarlo un poquito, yo había ido con mi coche y para el trayecto desde la casa de él hasta mi casa más o menos tardaba 40 minutos. Yo iba manejando, por un camino un poquito despejado y tenía la imagen del amado Apóstol delante de mí. Empecé a sentir el “duendecito que me iba dictando cada letra, cada melodía, cada frase. Cuando llegué a mi casa, estaba compuesto el himno. Letra y música, tal cual ha sido, como se canta aún hoy (Yo quiero andar la senda). Dios es testigo, no lo diría jamás si no fuera tal cual. Nunca me había pasado antes ni nunca después.
Al llegar, me puse en “el cajoncito” (como yo le llamo) a armonizarlo. Cuando lo terminé, lo llamo por teléfono a Ricardo:
–Sí, hola, ¿llegaste bien?- me preguntó.
–Sí, sí. Ya tengo lo que me pediste.
–¿Cómo? ¿Qué te pedí?
–¿Pero vos no me pediste un himno con el tema “No me detengáis”?
–Sí... ¿y?
–¡Ya está!
–¿¿Cómo que ya está?? ¿Me estás haciendo una broma?
–No, ¿vos no lo querías rápido?
–Sí, ¡pero no tan rápido!
(risas)
–¿Querés escucharlo?, le digo. Entonces le digo a mi esposa que tuviera el auricular mientras yo lo tocaba y cantaba.
–¡No lo puedo creer!
–¡Yo tampoco!
Pero ahí estaba. Y así fue.

Tu dulce sonrisa
Yo tenía en mi dormitorio un cuadro con la foto del Apóstol Mayor Urwyler, que me habían obsequiado. Con su perenne sonrisa. Cada vez que veíamos la revista, en todas las fotografías él tenía una sonrisa. Y mi cuñado, el Obispo Juan Carlos Aloy (e.d.) cuando fue citado a Europa para recibir el ministerio de Obispo, al volver nos contaba que esa sonrisa que veíamos en la imagen impresa era la sonrisa de él. En todo momento. Esto me conmovió.
Cuántas veces yo mirando esa fotografía me sentí inspirado, o en momentos de pesar, momentos en que uno necesitaba y con sólo mirarlo encontraba paz y consuelo. Era muy especial. Entonces, miren lo que pasó. Habíamos venido de un Oficio un domingo y mientras mi esposa preparaba el almuerzo, yo estaba en la oficina de mi negocio, en el fondo de la casa. Y como en el Oficio había escuchado algo que me inspiró a escribir, aunque ahora no recuerdo bien qué fue, me fui enseguida a la oficina y cerré la puerta, para no olvidarme. Empecé a bosquejar el borrador de otro himno. A veces la primera línea que hoy se canta de un himno, quizás la compuse al final. En esto siento una “vocecita” que me dice: tenés que componer un himno con la sonrisa del Apóstol Mayor. Esto es así, tal cual lo cuento. No tenía nada que ver con lo que yo estaba escribiendo. De dónde salió, no sé, pero así fue. Seguí con lo que estaba haciendo y mi esposa me llama a almorzar. A la tarde habíamos quedado salir a pasear en coche con un matrimonio amigo. Ellos hablaban y hablaban... el paseo habrá durado tres horas. Cuando volví a casa estaba compuesto ese himno, Tu dulce sonrisa, tal cual se conoce.
Me sentí inspirado también, porque yo imaginaba que el Apóstol Mayor era el bendecidor del Apóstol de Distrito Bianchi, y cuántas veces mirando ese cuadra se habrá inspirado y habrá pedido confortación.
Después lo grabé y se lo envié en un cassette. Con una introducción (yo no sabía si alguna vez se iba a cantar o no ese himno): “En todos los hogares de los hijos de Dios tenemos la alegría de contar con la imagen impresa del Apóstol Mayor donde él luce siempre su perenne sonrisa. Eso me inspiró a componer este himno”.

• ¿Por qué cree que aquella fue una época en la que había mucha inspiración de este tipo (y hoy quizás no se vea tanto, o de la misma manera)? ¿A qué lo atribuye? ¿Qué condiciones son las que permitieron que esto fuera así?
Cuando yo entré en la Iglesia, se cantaba con un himnario evangélico (hoy ya una reliquia). Durante años. Recuerdo entonces que en una ocasión recibimos la visita del Ayudante Apóstol Mayor Schlapoff. Teníamos que preparar un coro especial, y disponíamos sólo de este himnario. Allí los himnos eran muy sencillos. Yo pensaba: vamos a tener un acontecimiento especial. Y me habían encomendado armar el coro. ¿Qué hacemos? Si no puedo conseguir otros himnos, voy a tratar de componer uno. Fue cuando se me despertó por primera vez, teniendo unos 17 años, el anhelo de componer himnos. Pensaba: ¿por qué tenemos que cantar otro himnos? ¿No podemos empezar a crear un himnario nuestro? De Europa en esa época no llegaba nada.
Así fue que empezó todo, a partir de eso que hoy es una antigüedad, de ese himnario inicial, que yo comencé a inspirarme. Y como vi que gustaban los himnos que yo hacía, seguí.

Entonces venia el Apóstol Schlapoff y teníamos que cantar un himno que tenga envergadura y yo me atreví a un himno que tuviera tres movimientos con el empleo de solistas que hasta ese momento no teníamos, por ejemplo José Crea, el hermano Varagnetti, la voz de otra hermanita, y yo tenía que aprovecharlo. Y ya que no tengo partituras en ninguna parte, las hago yo. Y compuse el primer himno: ¨Oh Salvador, gloria a tu nombre...” Primero solista, el coro, solista, y así... y después con el tiempo vi que se cambio a “Oh ven Señor...” Porque hasta ese momento no se había recibido el anuncio que el Señor venía en este tiempo. Ahí empecé a componer himnos de audaz que era. A mi me había obsequiado un disco con la obertura del Barbero de Sevilla; ahí me apasioné y empecé a conocer música clásica; iba a la casa de mi tío a escucharlo. Y esa obertura es apasionante. Yo la estudié, para ver cómo estaba hecha.
Pienso, que en aquel tiempo había total autonomía para componer.
Siempre estoy buscando un tema que resalte, por ejemplo “qué lindo es ser apostólico” es una expresión que el amado Obispo Bianchi tenía. Estábamos en la iglesia de Lomas de Zamora en el año 58 ó 60 y yo pensaba qué lindo componer un canto con esa expresión. No es un invento mío, es de él.
Yo trabajaba en la contaduría del ferrocarril roca, bajaba, tomaba el tren, ahí estaba la locomotora a vapor y de ahí me iba a mi casa o a la iglesia y me acuerdo bien que bajé al anden y en el momento que paso por la locomotora siento una voz que me dice así tal cual: “Oh qué lindo es ser apostólico, oh qué hermoso es ser hijo de Dios...” Y como era tan alegre, tenía que ser una “marchita”. En un Sellamiento viene el Apóstol Marton y el Obispo Bianchi ocuparía el segundo lugar; entonces lo habíamos aprendido con el coro y un día cuando el coro entra para ensayar se los canto, con una alegría inmensa. “Se lo vamos a cantar al Obispo en el Sellamiento.” Y así fue, cuando el Apóstol lo llamó a activar. ¡No podía hablar de la emoción!

Esto lo siento yo cada vez que voy caminando a la iglesia:
“...Cuantos pasos das en un día?
A donde te llevan? A donde te guían?
Los das en la tierra en donde caminas
Los das en el mundo en donde terminas.
Pero hay un camino mas santo en tu vida
Que es al que a esta casa tus pasos te guían
Y cuando del banco al altar caminas
Hallar con Jesús comunión divina
Y cuando del banco al altar caminas
Hallar con Jesús comunión divina.
Son santos los pasos que hasta aquí te guían
Siguiendo a Jesús a la eterna vida.”

Y el último que compuse:
Oh cuánto alivio se siente en el alma
Oh cuánta gracia otra vez Dios me ha dado
Oír la palabra sagrada y santa:
Hoy tus pecados te son personados


Oh cuánto ansiaba llegar a esta casa
Y en el sublime momento anhelado
Oír la palabra sagrada y santa:
Hoy tus pecados te son perdonados

Y no hay riqueza, y no hay fortuna
Con que pagarla, no habrá ninguna
Vuelvo a mi hogar con la paz que me han dado
Oír las palabras: hoy tus pecados te son perdonados.

De mi condición de “maestrito” de coro también tengo anécdotas... En el año 1950 yo estaba haciendo el servicio militar y como siempre cuando venia una ocasión se preparaba al coro y era el único maestro más o menos capacitado que había. Llego un momento que me vi dirigiendo el coro de mi comunidad, el coro de un distrito y de otros distritos simultáneamente.
Por entonces estaba haciendo el servicio militar en City Bell. Es un poco antes de llegar a La Plata. Todos los fines de semana salíamos de franco menos los que quedaban de guardia. Yo estaba preparando el coro para la visita del Apóstol Schlapoff así que tres sábados podía estar en el coro. Hice el cálculo y ese sábado me tocaría franco. A las 17 horas sería el Oficio.
Era el mediodía, nos formaron a todos los soldados y el teniente coronel anuncia que nadie saldría de franco. “Ni aunque se les esté muriendo la madre.” Imaginen...
Me puse en un rincón y dije: “¡Dios mío, qué hago!” El teniente era muy severo; nadie se acercaba a él. Luchaba conmigo mismo. Y siento una voz que dice: “¿Por qué no decís la verdad?” Así hablé con mi sargento y me dio permiso para hablar con el teniente. Yo iba temblando. “¿Qué le pasa soldado?” – “Vengo a verlo por una situación muy particular.” Me escuchó, se puso a pensar y me dijo: “ ¿A qué hora es eso?” Ahí me vino “el alma al cuerpo” otra vez. “Bueno, le voy a dar permiso pero a tal hora tiene que estar acá”. Cuando salgo y lo cuento no lo podían creer. Estaba con el uniforme y el colectivo no venía... Yo pensaba ir a mi casa cambiarme e ir al Oficio, pero no hacía a tiempo. Así que llegué a la iglesia diez minutos antes. ¡Dirigí el coro con el uniforme ante el Apóstol Schlapoff! Toda una vida vivida con mucha intensidad...

GALERÍA