Viernes 08/11/2024
“Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?” (Lucas 17:17)
Un escrito del Apóstol de Distrito (e.d) Norberto Passuni
Artículo completo en: bit.ly/Community_2024Octubre.
Este texto narra el suceso en el que diez leprosos son limpiados por el Señor. En el trayecto hacia Jerusalén, Jesús pasaba entre Galilea y Samaria. Al entrar en una aldea, cuyo nombre no se menciona, le salieron al encuentro diez hombres enfermos de lepra, que parándose lejos alzaron su voz, diciendo: “¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!”. El Señor se limita a enviarlos para que se muestren a los sacerdotes y, mientras ellos iban hacia allí, fueron limpiados de su enfermedad. Solo uno de ellos, que era samaritano, volvió glorificando a Dios. Dice entonces el Señor: “¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?”.
Es importante considerar la situación de esas diez personas que fueron objeto de la atención del Señor. El enfermo de lepra quedaba excluido de la sociedad, las normas eran terminantes al respecto: “Y el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: ¡Inmundo! ¡Inmundo!” (Levítico 13:45). Es decir, no tenía -como en el caso de otras enfermedades- la posibilidad de ser asistido por la familia o los amigos. Como leemos en el relato más arriba, solo podía compartir con otros que padecían la misma enfermedad. Y quizá lo más cruel: con gritos debía advertir su condición para que las personas se alejaran de él. Es posible que a cambio de cumplir con esa imposición se le acercara ayuda para que pudiera subsistir.
Con lo que venimos diciendo advertimos la particularidad del milagro obrado por Jesús en esta oportunidad. No solo cura la enfermedad de estas personas sino lo más importante: los reincorpora a la vida. No es difícil imaginar lo que habrán experimentado. Y la sorpresa del Señor de que solamente uno de ellos volviera para dar gloria a Dios.
Es que el milagro alcanza su pleno valor para la fe cuando se lo reconoce como evidencia del carácter mesiánico de Jesús y revelación de su divinidad. Es decir, cuando es señal que remite a un significado que trasciende al hecho concreto realizado por el Señor. Es como lo reconoció el samaritano: “…volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies…”.
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