Resumen del Servicio Divino

Lunes 13/07/2020

El Servicio Divino de palabra del domingo 12 de julio fue oficiado por el Apóstol Herman Ernst y colaboró en el servir el Anciano de Distrito Enrique Rizzardini (ambos de Uruguay). Compartimos aquí un resumen de la prédica.


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Servicio Divino de palabra – domingo 12 de julio de 2020

Tema:
Los Diez Mandamientos: No tomar en vano el nombre de Dios

Título: Santificar el nombre de Dios

Texto bíblico:
Éxodo 20:7: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano.”

Mensaje: “No tomemos en vano el nombre de Dios, sino honrémoslo y santifiquémoslo.”

La cita bíblica leída contiene el texto del segundo mandamiento. Así como el primero, atañe a nuestro comportamiento en la relación con Dios.
Nos quiere llevar a ser conscientes de su poder: honramos a Dios porque es el Todopoderoso. Esto requiere humillarnos frente a Él y reconocer las maravillas de su amor infinito hacia nosotros. Un amor por el que incluso entregó a su Hijo, para la salvación de nuestra alma.
El nombre de Dios no es simplemente un nombre distintivo. Dios es único. Es el Verbo, es el Creador. Como le fue dicho a Moisés: “Yo soy el que soy” (comparar con Éxodo 3:14). Dios es el Eterno e inalterable. Cuando entonces nos damos cuenta de su majestuosidad, no corresponde otra posición que la de humillarnos frente a Él con profundo temor. Santo temor no es miedo, sino respeto y adoración a Dios. Alabarlo puede ser algo de un momento, glorificarlo puede ser una actitud circunstancial, en cambio honrar, adorar a Dios, es una actitud de vida. Es la manera en que asumimos la presencia de Dios y su poder en nuestra vida.
Por otra parte, reconocemos que todo lo que es de Dios es santo. Por consiguiente santificarnos es apartar nuestro corazón de aquello que no es de su agrado y su voluntad. No se trata solo de cuidar nuestras palabras sino también de observar nuestras obras y pensamientos. Porque “porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano”, continúa el texto bíblico.
En esa relación con Dios muchas veces deberíamos tomar un tiempo para reubicar nuestros pensamientos y sentimientos. Porque no hay un ser superior a quien podríamos dirigirnos. En este punto, observamos también nuestras oraciones. A veces son superficiales, rápidas. No nos percatamos de que nos estamos dirigiendo al Creador de todas las cosas.
Que podamos examinarnos interiormente, para ver cómo nos manifestamos. Porque quien guarda en su corazón a Dios, con profundo respeto a Él, sabe que no hay momento en que Dios esté “distraído”. Entonces nos esforzamos para que pueda decir de nosotros: “Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia”.
Tomar en vano el nombre de Dios es algo que a lo largo de la historia ha sucedido de manera consciente y voluntaria, en pos de otros intereses: para empoderarse, enriquecerse, obtener beneficios. Se han librado guerras y cometido muchas atrocidades en el nombre de Dios. Pero debemos tener cuidado, porque también hoy nos puede pasar. A veces, por ejemplo, mostrando una falsa devoción a Dios, dando una imagen aparente: también allí estaríamos utilizando el nombre el vano, buscando quizás prestigio, honor, prevalecer sobre nuestro prójimo. Colaboramos en la Obra de Dios, pero si en algún punto dejamos que gane la auto realización, Dios nos dirá “apartaos de mí” (comparar con Mateo 7:23). No quisiéramos vivir esto.
A través de las Escrituras hemos recibido otra enseñanza: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4:20 ). Esto podría ocurrir involuntariamente. Pero es otra medida para observarnos interiormente y evaluar si tomamos el nombre de Dios en vano.
Cuando miramos este mandamiento, vemos que es el único que tiene una advertencia de sanción. No obstante, no es para que tengamos miedo. Es para que podamos reflexionar acerca de su voluntad y darnos cuenta de cuál es el alcance de nuestras decisiones. Que podamos negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz, seguir al Señor. Esto requiere un sacrificio y una determinación, siempre dentro de nuestra libre decisión.
Lo que Dios nos ofrece es ser primicias en el retorno de Cristo y proclamar la salvación a las almas de todos los tiempos. Cuando esto lo valoramos, ya no hay miedo sino certeza y nostalgia por la patria celestial, a partir de lo que el Espíritu Santo ya nos ha permitido ir viviendo. Por eso nos ocupamos de trabajar esto.
Queremos santificarnos en todos los ámbitos, desde lo profundo del corazón. También en el Servicio Divino, incluso ahora, que lo vivimos en casa. Que podamos reflexionar que es Dios quien va a hablarnos y colocarnos las mejores vestiduras del alma, porque estaremos ante su presencia, aunque se manifieste en vasos de barro. La mejor vestidura es humillarnos frente a Él y con un corazón de niño colocarnos a sus pies, permitiendo que su amor toque las fibras más íntimas de nuestro corazón y tomando cada palabra.
Por último, tenemos la posibilidad de dirigirnos a Él como “Padre Nuestro”: esto nos muestra aún más su amor y tenemos la certeza de que nos escucha, nos comprende, no nos va a dejar en un estado de necesidad y pobreza. Que esto lo podamos vivir cada día. En todos los momentos, en todas las circunstancias, que nada signifique tomar en vano su nombre.

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