La Resurrección

Jueves 09/04/2020

“Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1 Corintios 15: 14)


Es difícil exagerar la importancia de este enunciado para la fe cristiana. El Apóstol Pablo hace una afirmación categórica: si Cristo no resucitó, entonces se cae tanto la fe como la palabra que la proclama. Es importante resaltar el concepto: es la fe la que deja de tener valor y el testimonio cristiano, en consecuencia, carece de sustento. Tanto la Obra como la prédica del Señor y los Apóstoles se reduce entonces en sus pretensiones, estrecha sus límites: sería una doctrina como otras, tal vez con rasgos novedosos sobre Dios y el hombre, un desarrollo de los principios que fundamentan los antiguos mandamientos, etc. Sabemos que la doctrina cristiana sirvió además de inspiración a desarrollos en otros ámbitos ajenos a lo religioso; su influencia bimilenaria es tan evidente que resulta ocioso abundar en ejemplos. Cuando queda fuera la certeza en la resurrección del Señor subsiste la doctrina, valiosa y fértil en sus posibilidades, pero es la fe la que no tiene fundamento: queda vacía.
Una aclaración previa resulta interesante. El Nuevo Testamento pone el énfasis en la resurrección de los muertos más que en la inmortalidad del alma. Y es claro que esto constituyó una de las dificultades con que tropezó desde el comienzo el testimonio cristiano, especialmente en el mundo donde la influencia del pensamiento griego era predominante.
Establecida la importancia del tema es oportuno considerar algunos aspectos relacionados con el mismo, aunque sólo en una síntesis de sus rasgos principales.

Los sucesos
La muerte del Señor y la forma en que se produjo desorientó a sus seguidores. En el lapso de unos días la esperanza se convirtió en temor. El hombre al que siguieron había muerto, como todos los demás, y la muerte es lo definitivo. De hecho eran los compañeros de un ajusticiado. Sus expectativas habían sido elevadas, pero todo terminó. Ahora había que empezar a olvidar, reencauzar la vida y seguir adelante. Incluso, y esto es necesario destacarlo, tener cuidado de exponerse ante las autoridades porque podían sufrir un destino similar al de su maestro.
Entonces ocurre algo muy difícil de explicar. Estos mismos hombres pronto regresan al escenario que antes eludían, proclamando que “El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de los pecados. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas…”. El cambio es tan radical que cuando leemos sus testimonios ante las autoridades que los reclaman más bien parecen ellos ser los acusadores. Una transformación tan completa que sólo la experiencia de algo extraordinario podía causar.
¿Y qué había sucedido? Algo muy difícil de expresar, por eso notamos en los relatos vacilaciones que de alguna manera nos confirman que lo vivido superaba el horizonte de sus experiencias. Habían sido testigos de la resurrección de la hija de Jairo, del hijo de la viuda de Naín y de Lázaro, pero esto era algo completamente distinto. “Jesús es el mismo, pero no es el de antes”. Está vivo, pero no lo reconocen enseguida. Cuando repasamos los testimonios de quienes acreditan haberlo tratado percibimos que el reconocerlo se hace desde “el interior”; en el encuentro con los discípulos en el camino a Emaús se hace patente al partir el pan pero lo reconocen cuando desaparece. En otros términos: Él crea las condiciones en las que los discípulos pueden reconocer su presencia. Por eso se habla de apariciones, es decir, Él se deja ver en cada caso según su voluntad.

Lo diferente
Justamente, el carácter único del acontecimiento nos obliga a distinguirlo de otras situaciones con las que podría asimilárselo. Por eso la resurrección del Señor no es:
- La reanimación de un cadáver. Por consiguiente, no es un retorno a la misma vida biológica, que finalmente encontraría su final definitivo en la muerte.
- Un difunto que se muestra. Sabemos que los difuntos en algunos casos se pueden mostrar en el mundo de la vida. Pero igualmente siguen perteneciendo al mundo de los muertos.
- Una experiencia mística. Los discípulos no tuvieron una vivencia interior sino el encuentro con alguien vivo, con alguien que se allegó a ellos desde afuera.
- La expresión de un deseo de sus seguidores.
- Una elaboración de tipo mitológico.

Lo que sabemos
La resurrección no tuvo testigos; el Resucitado, sí. La resurrección de Jesucristo es una realidad histórica. Es la obra del trino Dios que aconteció de una manera que nunca antes había sucedido (Catecismo INA 3.4.11, pág. 139). El cuerpo de resurrección de Jesucristo es un cuerpo glorificado. El Cristo resucitado había sido arrebatado definitivamente de la muerte. En sus apariciones estuvo físicamente presente en medio de ellos como Jesucristo. Ese cuerpo glorificado está más allá de la temporalidad y de la mortalidad de la carne, no está atado ni al espacio ni al tiempo. El texto con el que comenzamos este escrito está tomado de una epístola del Apóstol Pablo y trasluce el pensamiento judío para el que un ser humano incorpóreo es inconcebible. La condición de incorpóreo es equivalente a la inexistencia, tanto en esta vida como en la próxima.

Por último…
Cerraremos este comentario con algunas reflexiones:
- La resurrección de Jesucristo abre una nueva dimensión a la vida, produce un salto cualitativo.
- Fue una realidad histórica, ha dejado su huella en la historia, hay testigos; pero va más allá de la historia.
Antes mencionamos la desilusión de los discípulos con la muerte del Señor, su andar entristecido. Cuando expresaban su desazón seguramente pensaron que sus esperanzas habían sido exageradas. No obstante, cuando fueron testigos del Resucitado comprobaron que esas esperanzas anteriores en realidad habían sido demasiado pequeñas y mezquinas.

Norberto Carlos Passuni (Apóstol de Distrito e.d.)

Bibliografía utilizada: Catecismo de la INA; Jesús. Aproximación histórica. José Antonio Pagola. PPC; Jesús de Nazaret. Joseph Ratzinger. Planeta.

Extraido de nuestra publicación "Comunidad Regional" 3/2018

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