“Carta Pan” - junio de 2017

Jueves 01/06/2017

Extraído de un Servicio Divino realizado por el Apóstol Jorge Franco


Texto bíblico:
Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.” (Apocalipsis 3:18)

Este texto es muy conocido por todos nosotros, ubicado en la primera parte del Apocalipsis donde el ángel coloca siete mensajes, siete misivas a las siete iglesias de Asia. Este pasaje corresponde a la última iglesia, que es Laodicea, que muchas veces ha sido comparada con nuestro tiempo. Allí es el Señor el que aconseja. Dice:
“Por tanto, yo te aconsejo…”
No sé cuántas veces habremos leído este texto y tal vez muchos Servicios Divinos fueron realizados bajo esta palabra. Pero Me detuve mucho en esa expresión de Jesús: “Yo te aconsejo”. Creo que tiene una carga de amor inmensa. Cuando uno le aconseja algo a alguien y sabe que no lo está haciendo, si uno pudiera lo haría en lugar de él. ¿No les pasó eso? Porque uno le quiere tanto. Y tal vez el tal no lo hace porque no está convencido, porque no le gusta o porque no lo entiende, pero uno, como lo quiere, siente que lo haría uno mismo, pero lo tiene que hacer esa persona. Noto entonces de igual modo que Jesús en esta palabra lo hace de la misma manera. Esto no lo puede hacer Él por nosotros. Pero como conoce todas las cosas que atañen a nuestra vida del alma, nos aconseja.
Porque esta expresión es resultado de otra expresión, que es que Jesús nos conoce en forma perfecta. Yo creo que a veces ni nosotros mismos nos conocemos como Jesús nos conoce, como Dios nos conoce. Uno a veces se sorprende de uno mismo, de alguna reacción y decimos: “No me imaginaba que iba a reaccionar así”. Evidentemente hay algún rinconcito en que no te conocés. Pero Dios y Jesús te conocen. Nos conocen.
Entonces aquí le dice a esta comunidad (en el versículo anterior):
“…Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.” (vers. 17)
No nos ofendemos de que el Señor nos diga esto, es la verdad. Y además no lo deja allí. El amado Dios nunca evidencia y luego no hace más nada. Dios, a través de su palabra misericordiosa, de amor, prudente y a tiempo, nos puede decir algo, nos puede mostrar algo que a veces uno no conoce de uno mismo. O en algo que uno está viviendo, nos quiere sacar de esa situación y nos da el consejo, como hoy:
“Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego…”
¿Qué es ese oro? No el metal tan valioso, tan interesante y tan importante que a veces usamos como recurso, que puede servir en ciertos momentos de necesidad, y entonces uno lo puede tener y utilizar. El oro aquí es la verdad de Dios. Ese es el oro refinado, el oro puro y maravilloso de la verdad divina que viene a nuestro encuentro, es el oro que enriquece el ser. Que entonces me lleva a la verdad divina. Lo toma y lo lleva al corazón, y entonces en su vida ese hombre es rico. Por eso decía:
“…yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico”
Pero “que de mí compres”: es la verdad de Jesús, es la verdad que Él te da.
¿Y cuál es la verdad que hoy nosotros sabemos y de la cual estamos totalmente convencidos? La verdad de Dios es su amor hacia nosotros manifestado a través del sacrificio de Cristo. Pensemos en ello. Hubo un sacrificio que fue de Jesús para que hoy nosotros tengamos libre el acceso a su gracia. Uno opta después, está bien, pero uno tiene que reflexionar, tiene que volver muchas veces a pensar: “Señor, te sacrificaste por mí”. Y yo, ¿qué hago? Y no se trata de meramente devolver un favor, sino que es mucho más profundo.
Avanzo sobre este camino de fe y lo quiero hacer con todo el contenido espiritual que ese inicio tiene, la profundidad espiritual que la casa de Dios tiene.
El texto sigue diciendo:
“…y vestiduras blancas para vestirte…”
¿Qué es la vestidura blanca? Es la gracia de Dios. Es lo puro, lo santo, que viene a nuestro encuentro por amor. No por mérito propio, nuestro único “mérito” es creerle, es sacarnos las vestiduras que no sirven, como la del propio yo, los preconceptos, que pueden tener su asidero o su motivo, pero el Señor te invita: “cámbiate eso, y toma estas vestiduras”. Que van a tener sus efectos en la vida de fe. Que después natural y seguramente también tengamos diferencias en nuestra vida cotidiana, sí. Pero primeramente la palabra es para nuestra vida de fe, para que en uno, al vestirse con esas vestiduras de gracia, aparezca el agradecimiento, la humildad, el reconocimiento de la gracia de Dios. Nos vestimos con esto.
Luego, una tercera parte:
“…y unge tus ojos con colirio, para que veas.”
¿Cuál es el colirio? Es la palabra de Dios. Dice en Salmos 36: 9, refiriéndose a Dios:
“Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz.”
Es una reflexión después de muchas cosas vividas. Jesús nos conoce en el ruego, a veces interviene de una manera o de otra, por saber tantas cosas de nuestra propia vida interior. Y luego se trata de que aceptemos la contención, no como último recurso, diciendo “no me quedaba otra opción”, no así, sino diciendo: Amado Dios, tú eres el Dador, eres el manantial, eres el Creador, eres el origen, eres aquel del que permanentemente uno puede tomar y entonces, “en tu luz veremos la luz”. ¿Cuál es la luz? ¿Cuál es el colirio, en este caso? Es la palabra de Dios. La palabra que sale del altar. Lo que todos venimos a buscar, por lo que todos rogamos que se produzca. Para que entonces el siervo desde el altar, como un enviado de Dios, como una herramienta, tenga los pensamientos santificados y entonces a la comunidad descienda la palabra en cada Servicio Divino. Tenemos que trabajar juntos ese momento, ese encuentro y ese contacto con Dios.
Entonces el colirio nos hace abrir los ojos para ver las verdades, ver las realidades. A veces pueden ser no muy agradables, pero no importa, las vemos para cambiar. Y si son buenas nos alegramos, agradecemos a Dios. Pero vemos realidades.
Hay un pasaje en la Biblia muy hermoso de cuando Pedro dice que daría la vida por Jesús. Y Él le dice que antes de que cantara el gallo lo iba a negar tres veces (comparar con Mt 26: 30-35; Mr 14:29-31). Y sucedió así. Luego Pedro se acordó “y lloró amargamente”, dice la Escritura (Mt 26:75, Lc 22:62). Él pensaba que iba a obrar de tal manera, pero evidentemente cuando llegó esa instancia, no lo logró. No se conocía a sí mismo.
A veces nos puede pasar algo similar. No por ser faltos ni pecadores, ni por ser no merecedores de la gracia. No; es que somos humanos, simplemente por eso. Tenemos errores. Entonces Jesús también te dice: “unge tus ojos con colirio”, colócate bajo la palabra de Dios. Y las cosas las vas a ver como realmente son.
Vuelvo ahora a repetir esa expresión: “Yo te aconsejo”. Dios nos aconseja. Él quiere lo mejor para nosotros. Después sí, le podemos pedir todas las cosas a Dios, pero en la medida en que podamos crecer y desarrollarnos, vamos a aprender a pedir como corresponde y es bueno para la vida de nuestra alma. Y lo pediremos seguramente en el orden que nuestros sentimientos hacia Él nos orientan.
Empezaremos a pedirle: “Amado Dios, aumenta nuestra fe, el reconocimiento; ayúdame a no alejarme de ti”. También le diremos: “Amado Dios, también tengo este problema. Coloca los ángeles”. Pero empezaremos a pedir primeramente por la vida del alma, por la promesa del Día del Señor. Y eso queremos vivirlo todos.
Es todo un proceso esto, de cada uno. Cada uno tiene que hacer su parte para su propia alma, su propia vida de fe. Seguramente habrá que vencer muchas cosas. Vamos a ser probados. Y estos no son “anuncios pesimistas”, sino que es lo normal. Pero entonces allí se va a ver quién compró el oro y es rico. Porque ante las circunstancias, ante el hecho, ante la sorpresa, ante la inquietud, tiene oro: no se olvida del amor de Dios, del sacrificio de Cristo que está por sobre todo. Entonces, ante ese hecho de la vida que no sabíamos y que nos sorprende, ¿tenemos oro? ¿Te enriqueciste, compraste eso? Y nadie puede decir: “pero yo no tengo dinero”. Porque no es así. Comprar de Jesús, es tomar de Jesús. No hay nada a cambio, Cristo solamente nos dice: “Dame tu corazón”.
También muchas veces dejamos de ver, nos ponemos a pensar que no es así; esto nos puede pasar siempre. Pero sabemos el recurso: ir a buscar la palabra, que nos lo tiene que aclarar, es el colirio.
¿Y de qué estás vestido? Vestirse de la gracia es también poder tener en uno mismo los recursos que esa gracia da: reconocimiento, confianza, esperanza, paz
Entonces todo depende de cómo uno vive su vida de fe. Que no es una vida de privaciones, no es una vida compleja. Es poder abordar algo que nosotros no conocíamos con la fe que Dios nos regaló. Y luego esto tendrá sus consecuencias seguramente. Seguiremos pensando, reflexionando y vivenciando cada uno en su propia alma.
Luego el Señor agregará lo que nos falte. Sólo nos pide que le creamos y que intentemos una y otra vez. Dentro de eso viene una gran prueba: queremos que Dios nos perdone. Porque sentimos que eso nos hace mal. Nos sentimos apartados de Dios y no estamos bien, no estamos tranquilos. Pero no nos podemos perdonar a nosotros mismos. El efecto del perdón solamente proviene de Dios. Y cuando Dios perdona, hay paz en el corazón. Solo nos dice: “Vete, y no peques más”. La condición es perdonar. Ahí viene el problema a veces… Perdonar y arrepentirnos. Arrepentirnos, quizás uno lo hace, pero ¿perdonar? Es lo que Dios nos pide, lo tenemos que hacer. Es parte de la vestidura blanca, es parte de esa riqueza, es parte de aquel colirio.
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