“Carta Pan” - Marzo de 2017

Miércoles 01/03/2017

Extraído de un Servicio Divino realizado por el Apóstol Norberto Bianchi


Texto bíblico:
“También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo.” (Juan 16: 22)

Este texto que hemos leído comienza con una palabra que dice Jesús a los discípulos, en esa conversación que tiene en donde les anticipa que Él iba a morir, que los iba a dejar. Allí Él dice: “También vosotros ahora tenéis tristeza”. Y hay un himno que comienza diciendo: “¿Cómo podré estar triste?”. Está entre signos de interrogación. ¿Cómo podré estar triste? Yo estoy seguro de que, si empiezo a preguntar uno por uno: “hermano, hermana, ¿vos sabes cómo podés estar triste?”, las respuestas serían múltiples. Pero tal vez la que más reflejaría ese sentir es cuando uno dice: se puede estar triste cuando uno pierde a un ser amado. Y esto es comprensible.
El hombre no fue creado para morir, entonces cuando se produce esa separación, genera tristeza, genera lágrimas. Al punto tal que -tantas veces lo hemos dicho-, cuando Jesús se para delante de la tumba de su amigo Lázaro probablemente él sabía que lo iba a resucitar, él sabía que lo iba volver a la vida, sin embargo, llora. Ese versículo tiene dos palabras nada más. Dice: “Jesús lloró” (Jn 11:35).
Y entonces uno podría decir, ¿qué sentido tiene que haya llorado, si sabía que lo iba a resucitar? Él lloró demostrando con total claridad y certeza que era un hombre como cualquiera de nosotros, que frente a la pérdida de un ser amado, llora. Independientemente de que después él lo fuera a resucitar. El dolor de esa separación hace que Jesús llore y el entorno que está al lado dice: “mira cuánto lo amaba”, precisamente por esas lágrimas. Hermanos, no hay una relación directa a la cantidad de lágrimas que derramamos por un ser amado que ha partido hacia la eternidad, hay quienes a lo mejor les cuesta demostrar esa emoción, pero eso no significa que no le ama. Es más, en algunas épocas se contrataban personas para que lloraran en los velorios, como si eso fuera un parámetro de lo que había sido en vida el que había partido. Pero todo esto para llegar a decir, que así como los discípulos en ese momento estaban tristes también nosotros a lo mejor hoy hemos venido a la casa de Dios con esa posición del corazón, con tristeza, a lo mejor evocando a un ser amado que ha partido a la eternidad. También puede haber otras situaciones. Lo que el Señor busca es que cuando termine esta hora y podamos retornar a casa, si bien la circunstancia no va a cambiar, lo que cambie es nuestra posición. Cuando termine este encuentro, aquel que partió a la eternidad no va a estar otra vez al lado nuestro, pero lo que va a cambiar es nuestro sentimiento. ¿Por qué? Porque, ¿qué era lo que los ponía tristes a los discípulos y cuál es la tristeza que produce la pérdida de un ser amado? Es que no va a estar más al lado nuestro. Es que vamos a notar su ausencia y eso es lo que nos produce dolor. Pero si esto es lo que produce dolor, la separación, no tendría sentido lo que después les sucede a los mismos discípulos, que estaban tristes porque Jesús les decía que iba a dar la vida en la cruz. Y también podemos darnos cuenta por la actitud que tienen los discípulos de Emaús que se habían enojado, desilusionado. Los que quedaron en Jerusalén discutiendo entre ellos, algunos iban al sepulcro. Trasunta ese sentimiento de no entender por qué se fue el Maestro.
Los embargaba la tristeza porque no lo iban a ver. Ahora, ¿cómo se entiende este texto?:
“Y los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo. Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo. Ellos, después de haberle adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo.” (Lc 24: 50-52)
40 días atrás estaban llorando porque no lo iban a ver, porque había muerto. Ahora el Señor les dice “me voy” y ellos vuelven con gran gozo. ¿Cuál es la diferencia? La diferencia es que a partir de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo ellos pueden aceptar que habrá un volver a verse. En esa palabra: “Yo ahora voy a preparar un lugar para que donde yo estoy tú también puedas estar” (comparar con Jn 14:3). Entonces ya no se trata de una separación permanente, sino de la certeza de que un día podremos estar con el Señor. Y lo que antes era una tristeza, sentir que se separaban, ahora les permitía volver con gran gozo.
Este es el consuelo que nos quiere dar el Señor. También en nosotros hubo un momento en nuestra vida donde a lo mejor considerábamos que después de la muerte se terminaba todo. Pero hemos podido conocer los pensamientos del Señor, nos involucramos en su Obra y ahora como cristianos nuevoapostólicos estamos convencidos. Nuestra fe es que hay una vida después de la muerte. Cómo será esto, no lo sabemos. Hay alegorías que hablan de la eternidad, pero es nada más que eso. Yo siempre cuento que cuando era chico y escuchaba hablar de las esferas de los difuntos me imaginaba una bola de cristal bien grande y todos dando vueltas ahí. Lo que sí sabemos es que aquel que entra en la eternidad, lo hace con su personalidad intacta, lo cual nos permitirá el día de mañana poder volver a vernos. Esa es nuestra esperanza.
Lo que al principio era tristeza, se transforma en gozo. Frente a la pérdida de un ser amado, en los primeros tiempos después de su fallecimiento cada rincón de la casa, cada mueble, cada pensamiento y situación nos lleva a evocar a aquel que ha partido y a emocionarnos, a derramar lágrimas. Pero va pasando el tiempo y de la misma situación que al principio nos producía lágrimas, después uno dice: ¿te acordás de mamá cuando hacía esto?”. “Uy, yo me acuerdo de papá cuando vinimos acá”. El mismo recuerdo en vez de producirnos lágrimas nos empieza a despertar una sonrisa. Esto es lo que el Señor quiere de cada uno de nosotros. Sí, seguro que puedes estar triste. Pero, así como ese canto comienza con un signo de interrogación, diciendo “¿cómo podré estar triste?”, finaliza con un signo de admiración, diciendo: “¡Si Él cuida de las aves, cuidará también de mí!”. Y cuidará del que ha partido. Porque como hijos de Dios, como cristianos nuevoapostólicos, nosotros creemos que hay una vida después de la muerte. Nos basamos en la doctrina de Cristo, nos basamos en la voluntad salvífica de Dios, que es universal, para todos los hombres. Jesús quiere que todos los hombres sean salvos, no solo los que están vivos. Por eso esa expresión en la Biblia de que los muertos resucitarán primero y luego nosotros seremos transformados. Esta es nuestra fe.
El Señor también en esos tres días que él estuvo muerto, ingresó en los ámbitos del más allá. Por eso en el monte de la transfiguración se presentan Moisés y Elías. Siervos notables que tuvieron participación en el Antiguo Testamento y que predicaban la llegada del Mesías a sus contemporáneos. Entonces cuando Moisés y Elías escuchan: “Este es mi Hijo amado” (Mt 17:5), pueden darse cuenta de que ese era el Mesías. Por eso cuando Jesús entra en la eternidad seguramente Moisés y Elías dirían: Sí, es este, es el que vimos en el monte de la transfiguración, es el que prometió Dios que iba a herir la cabeza de la serpiente. Entonces fue a predicar también a esos ámbitos de la eternidad y esto es lo que hemos hecho a lo largo de estos últimos cuatro meses, desde el ultimo oficio en ayuda para los difuntos hasta hoy. Hemos intercedido por los que están en la eternidad. Y hasta allí llega nuestra posibilidad de ayuda, en la intercesión. Después está en la voluntad de aquel que recibe la invitación de poder aceptarlo.
Nosotros no podemos brindar salvación, sí la invitación. Pero tampoco queremos atormentarnos con pensamientos tales como: “¿alguna vez lo volveré a ver?”, a tal familiar, tal amigo que no conoció la Obra, cómo será… O tal hermano, tal hermana que no concurría muy asiduamente. No tenemos que dejarnos llevar por esos pensamientos, que lo único que hacen es limitar la gracia de Dios. Porque el pensamiento es: si Dios tuvo gracia conmigo, y yo me conozco, yo sé que si no era por la gracia no tengo ningún mérito como para que el Señor se haya fijado en mí. Entonces si se pudo fijar en mí, ¿por qué no se va a poder fijar en el otro?
Esa tiene que ser nuestra confianza, ese es nuestro ruego, esa es nuestra intercesión para con las almas en la eternidad. ¿Para qué? Para que nada nos quite el gozo que el Señor nos quiere dar. Porque esto es lo que Él les dice: “También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón…”. Esto se los dice antes de ser crucificado. Luego llega el momento donde en el círculo de los discípulos había quienes estaban reunidos en Jerusalén, y habían llegado los discípulos de Emaús, diciendo: lo vimos al Mesías. Había llegado María y les había dicho: Fui al sepulcro y no estaba, y el Señor se presentó delante de mí. Estaban en ese pleno proceso y entonces dice aquí:
“Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer?” (Lc 24:36-41)
Jesús se presenta delante de ellos dando así cumplimiento a esa palabra: “Os volveré a ver, y se gozara vuestro corazón”. Dice acá que “ellos, de gozo, no lo creían”. ¿Qué significa esto? ¿Vieron cuando nos encontramos con alguien a quien amamos mucho y hace tiempo que no vemos? Y uno dice: ¡No lo puedo creer!, de la alegría. Esto es lo que les pasaba a los discípulos cuando Jesús se presentó en medio de ellos. Primero tuvieron miedo, creyeron que era un espíritu, pero él les dijo: No, soy yo, tócame (“Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”, Lc 24:39). Del gozo que sentían no lo podían creer. “Os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón”; ahí se cumplía esa palabra.
Pero entonces el Señor agrega algo más: “…y nadie os quitará vuestro gozo”. Porque el gozo hay quien se quiere encargar de quitárnoslo. Por eso es tan importante esa palabra de que el gozo en la Obra del Señor es nuestra fortaleza. Cuando no hay gozo, hay debilidad. Y cuando hay debilidad, uno puede caer en cualquier error.
¿Cómo no vamos a sentir gozo ante todo lo que Dios nos ha prometido y lo que viene a nuestro encuentro? Entonces, que esa tristeza que a lo mejor nos acompañó hoy, cuando nos vayamos se pueda transformar en alegría. Porque recordemos esa palabra: Los que con lágrimas siembran, con alegría van a cosechar (comparar con Salmos 126:5). Saber que tenemos un Padre que se sienta a nuestro lado y que se preocupa por nosotros, ¿cuánto vale? Al comienzo del mismo Salmo dice: “Seremos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenará de risa, y nuestra lengua de alabanza”. Esto es lo que tiene previsto el Señor para nosotros.
Ahora vamos a gustar de la Santa Cena. ¿Habrá algo que tenemos guardado en el corazón, incluso con los que partieron al más allá, a lo mejor hace 5 años, o 10, 15, 20 años? ¿No será el momento de decirle al amado Dios: “Acá te lo dejo, ahora yo me libero de esto, eres tú el que puede perdonar y me puedes perdonar a mí”? Qué hermoso que podamos presentarnos de esa manera.
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