“Carta Pan” - Abril de 2017

Sábado 01/04/2017

Extraído de un Servicio Divino realizado por el Apóstol Gerardo Zanotti


Texto bíblico:
“Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.” (Juan 12: 26)

Para este día tenemos una palabra que se refiere a ser servidores de Cristo. Este año está enmarcado en el lema que nos dio el Apóstol Mayor de dar gloria a Dios, nuestro Padre. Y una buena manera de glorificarlo es trabajar junto al Señor, con Él.
Este texto comienza diciendo: “Si alguno me sirve…”
Hay un dejo de libertad. Porque no dice: todos me tienen que servir. Es una palabra para el que lo sirve. Y la palabra “servir” no la quisiéramos malinterpretar. A veces lo entendemos como algo un tanto peyorativo, en alguien que sirve a otro vemos una cuestión de servidumbre. Pero esta palabra está vinculada al ser útiles. Entonces podríamos decir, por ejemplo: “Si alguno le es útil al Señor”, “si alguno elige ser útil al Señor”. Cualquiera de nosotros, porque el hecho de portar un ministerio no quiere decir que seamos útiles al Señor. Cuando nos mantenemos, como siervos, dentro de las indicaciones, donde el Apóstol indica, sí, pero cuando alguno de nosotros se aparta de las indicaciones, de esa comunión y del sentir de Cristo, automáticamente deja de ser útil, deja de servir. Aunque tengamos un traje negro. Esto pasa en cualquier tarea que llevemos a cabo en la casa de Dios. Ser útiles o no depende de la manera en que vivamos la comunión con Jesucristo.
Entonces dice el texto: “Si alguno me sirve, sígame;”
Es como una condición. Porque el que quiere ser útil, tiene que seguir al Señor. No se puede ser útil separado de Dios, del sentir de Jesús. No se puede tomar un atajo, esperar encontrarnos con el Señor a la salida y decir: Esto es lo que yo hice por vos. Porque en cada instante, en cada ruta del camino tenemos que saber qué es lo que necesita el Padre de nosotros. Esto cambia permanentemente en cada uno de nuestros corazones, porque nuestro corazón pasa por distintas situaciones. El tema a veces no es qué cosas hacemos, sino durante cuánto tiempo las hacemos. A veces el tema no está en qué cosas sentimos sino durante cuánto tiempo mantenemos ese sentir, la comunión, la confianza. Se trata de permanecer. Pero permanecer activos. Porque por distintas situaciones uno a veces se olvida de la vida. Va al trabajo, come, viaja, pero esas horas solamente transcurren, pasa el tiempo. Es como si ya no se estuviera activo, solamente se respira. El amado Dios no espera de cada uno de nosotros que solamente podamos respirar, sino que podamos estar activos, siguiendo al Señor.
En las Sagradas Escrituras se relata cuando a Jesús se le acerca un joven rico y le pregunta qué tenía que hacer. Él cumplía los mandamientos. Se había comportado en ese tiempo delante de los otros como un hijo de Dios. Le dice entonces: qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna. Jesús le responde: Vende todo lo que tienes, y sígueme. El joven se dio media vuelta y se fue. No hay referencias en las Sagradas Escrituras de que Jesús o alguien fuera a buscarlo. Porque Jesús coloca la palabra y coloca cómo son las cosas en la casa del Padre. Porque nos tenemos que interiorizar de eso en cada Servicio Divino. La palabra nos tiene que hacer entender cómo son las cosas en la casa del Padre. Así como cada casa tiene sus costumbres, también la casa del Padre tiene sus “costumbres”. Cuando uno va a una casa que no es la de uno, no puede imponer sus costumbres. El Señor Jesús está preparando una morada para que nosotros también estemos allí. Y no podemos ir a esa casa paterna con nuestras costumbres, nos tenemos que ajustar a las cosas como son para el amado Dios. La gracia tiene que ver con que Dios ya hoy nos está diciendo cómo son las cosas en su casa, para que podamos ejercitarnos, para que cuando venga el Señor la casa del Padre no sea extraña a nosotros. Entonces tenemos que conocer cómo son las costumbres, es decir, cómo es el modo de vida en la casa de Dios. Ese modo de vida de Dios nos es traído hoy y en cada Oficio.
Jesús dijo que el Espíritu Santo “tomará de lo mío, y os lo hará saber” (comparar con Jn 16:15). ¿Y para qué queremos saber las cosas de Cristo? Porque vamos al encuentro del Señor. La batalla de la fe es tratar de vivir aquí como vamos a vivir allá. Y no dejar esto para después. Por eso dice el texto: “Si alguno me sirviere…”, son como reglas, normas, es la forma de seguir a nuestro Señor Jesucristo, esto es lo que pasa y lo que va a pasar. Muchas veces, cuando algo no nos gusta decimos “no juego más”. Pero dice acá: “si alguno me sirve, sígame”. Entonces quiero seguir al Señor. Quiero servir al Señor, quiero ser útil a Dios. ¿Y por qué queremos ser útiles a Dios? Porque también esto forma parte del reconocimiento de aquello que recibimos de Dios. No podemos estar siempre recibiendo y nunca dando.
Todo don perfecto viene de lo alto. Lo que tenemos, porque sabemos el don que tenemos, la aptitud que tenemos para hacer una u otra cosa, no es algo mío de lo cual le estoy dando a Dios. Por momentos es como si yo le estuviera dando a Dios algo que es mío. Pero dice que todo don perfecto es de lo alto, entonces yo le estoy dando a Dios algo que Él primero me dio. Entonces hay que ver qué es lo que yo hago con eso. Porque no me pongo al mismo nivel que Dios, sino que lo que pueda colaborar en su Obra, el ejercicio de aquello que Él me dio, forma parte de la ofrenda.
Luego dice: “…y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor”.
Entonces primero implica una actitud, la de servir a Jesús. Y después implica una ubicación. El servidor de Cristo no está donde le parece, está donde está Cristo.
“Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará”. Esta es la parte que marca ese entrañable vínculo con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Entonces si alguno sirve al Hijo, el Padre le honrará. Porque el Padre sabe qué es lo que hace el Hijo y quién sigue al Hijo. La honra y la paga la ejecuta el Padre. Pero el seguimiento y el servicio es al Hijo.
Jesús siempre buscaba la cercanía de su Padre, en su casa y en la oración. No nos faltan conflictos, pero lo que tenemos es una manera de solucionarlos. Jesús buscaba la cercanía del Padre y también nosotros tenemos que venir a buscar siempre la cercanía del Padre. Acá. Adentro. Yo puedo entender todo, como cuando nos enojamos por algo; lo que me cuesta entender es que alguno espere solucionar las cosas mejor afuera que adentro. Para cada uno de nosotros Cristo espera que podamos aprovechar cada oportunidad para cultivar ese vínculo de la cercanía por la palabra, con nuestra esencia, con el Espíritu Santo. Un hijo de Dios no es una persona mejor que otra, es una persona diferente: porque sobre su alma ha sido colocado el don del Espíritu Santo. Es como si estuviera soplando en nuestro oído qué son las cosas del Padre, cuáles son aquellas cosas que le son agradables. Ahora, dice aquí: “si alguno me sirve”. Forma parte de nuestra libertad querer escuchar la palabra del amor del Espíritu Santo. Dice en Apocalipsis: “el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Ap 22:17). El que quiere. Dios colocó una libertad.
¿Quién nos elige? A veces pensamos que el que fue elegido para hacer una tarea en la Iglesia, sea el Apóstol, sea el Pastor, sea la hermana que está con el coro, sea la hermana que está enseñando a los niños, ¿quién elige? ¿Quién nos eligió a cada uno de nosotros para estar aquí hoy? No es un tema de mayorías, no es un tema de democracia ni de voluntad de las partes; estoy convencido de que cada uno de nosotros fue elegido por Dios, para realizar una tarea, para ser útiles con los dones que Él vaya colocando.
Tratamos de honrar esa elección. Dios eligió a muchos, eligió a los Apóstoles, pero también eligió a Caín. Dios eligió a Saúl y también a David, Dios eligió a Moisés y a Abraham, a Saulo, eligió a aquellos que siguieron con Cristo y a aquellos que lo abandonaron. Pero lo que está en el medio es la decisión, la libertad de cada uno, pues el que ha sido elegido, puede hacer lo que quiera con su elección. La siembra es voluntaria, la cosecha es obligatoria. Y si nuestro Señor Jesucristo buscaba permanentemente la cercanía con su Padre, entonces también es esperable que cada uno de nosotros estemos cultivando ese vínculo con las cosas que vienen de la mano de Dios, poder participar en los Servicios Divinos y poder participar de la comunión con Cristo. Nunca deberíamos disociar una cosa de la otra. A veces uno puede decir: no voy a la Iglesia. Hoy no voy porque hace calor, porque hace frío, porque me duelen los pies, porque tengo que ir al médico, porque justo pasó esto, porque tengo que hacer aquello. Pero si yo cambiara el venir a la Iglesia por algo que pasa en la Iglesia, entonces el tema se convierte en un tema grave. Porque la fe viene por el oír de la palabra. Si yo no vengo, no puedo escuchar la palabra. Si no puedo escuchar la palabra, repercute en mi fe. Y también Jesús dijo que “el que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él” (Jn 6:56) por lo tanto, si no me acerco, no tengo la comunión debida con Cristo, no tengo parte con Él.
Jesús también se ocupaba de los pecadores y ayudaba a los que padecían. A veces en el trabajo, en la familia, es como que le ponemos “letra chica” a la ley. Cuando decimos: “para mí esto es así”, aunque ahí sea de otra manera, es como una interpretación de la ley. Pero la interpretación de la ley de Dios la da el Espíritu Santo. Jesús dijo que un mandamiento es “no matarás”, “y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio” (comparar con Jn 5:21 y ss.). Si estás enojado con tu hermano, te tienes que reconciliar. No era solamente grave matar a otro, era grave estar enemistado con otro.
Jesús era un rabí. En aquel tiempo, los judíos no se llevaban bien con los samaritanos, a pesar de que creían en el mismo Dios. No estaba bien visto que un rabí conversara con una mujer a solas y menos aún un sábado. Jesús también se reunió con un recaudador de impuestos. Es decir, habló con los que nadie quería hablar. Para Jesús el que cree, nunca molesta. Para Jesús, el que necesita no molesta. Dice aquí para este día: No hagamos distinciones y demos el primer paso en acercarnos a nuestro prójimo, no esperando nada a cambio. No por interés. Y Jesús nos está diciendo: Si alguno me quiere servir, sígame, “y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor”. No se refiere a un lugar físico, es un lugar espiritual. Es estar en el sentir de Jesucristo.
También está en la palabra para hoy que Jesús perseveraba y cumplía su misión. Ni las enemistades ni las decepciones, ni tampoco las buenas intenciones lo apartaron de su cometido. ¿Tenemos enemigos? ¿Tenemos decepciones? A veces sí. Pero que esto no sea un obstáculo para seguir, para ser capaces de perdonar.
A veces sufrimos con las preocupaciones cotidianas, nos quejamos por la falta de repercusión de nuestros esfuerzos por la Obra del Señor. Cuando hablamos de un corazón que está desesperado, que está entristecido, no pensemos en el corazón del otro; también pensemos en el nuestro. Porque un corazón que está decepcionado no tiene alegría, está triste. El Señor nos dijo: Hijo, hija, dame tu corazón. Pero si ese corazón estuviese decepcionado, el que lo tiene que dar ya no lo va a dar. Y no hablamos de una tercera persona, sino de cada uno de nosotros. No obstante, vuelve a decirnos: “Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará”.
***

MAIS NOTÍCIAS

“Carta Pan” - junio de 2017

Jueves 01/06/2017

“Carta Pan” - Mayo de 2017

Lunes 01/05/2017

“Carta Pan” - Abril de 2017

Sábado 01/04/2017

“Carta Pan” - Marzo de 2017

Miércoles 01/03/2017

“Carta Pan” - Febrero de 2017

Miércoles 01/02/2017

“Carta Pan” - Enero de 2017

Domingo 01/01/2017
VER TUDO