La misericordia nos conduce a la vida eterna

Lunes 12/07/2021

"Ayudar a los que sufren es una expresión del amor al prójimo y nos conduce a la vida eterna". Ese fue el mensaje central del domingo. El Servicio Divino de palabra fue realizado por el Apóstol Herman Ernst, junto al Anciano de Distrito Daniel Garín.


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Servicio Divino de palabra – 11 de julio de 2021

La misericordia nos conduce a la vida eterna

Texto bíblico: Lucas 10:33: “Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia.”

Mensaje: Ayudar a los que sufren es una expresión del amor al prójimo y nos conduce a la vida eterna.

“Una alegría poder tener este encuentro junto al altar”, expresó el Apóstol Ernst en sus palabras de bienvenida, para luego desarrollar la palabra del día que nos hablaba de la misericordia.
El texto bíblico leído surge de un encuentro de Jesús con un intérprete de la ley, con un entendido, que le había preguntado qué es necesario para heredar la vida eterna. Entonces allí se recuerdan dos pasajes del Antiguo Testamento.
El primero es Deuteronomio, capítulo 6, versículo 5, donde se expresa el mandamiento divino de amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. Luego el de Levítico, capítulo 19, donde dice también: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Jesús le dice: “Haz esto, y vivirás”.

“¿Y quién es mi prójimo?”
Pero allí entonces surge la pregunta de este maestro acerca de quién es el prójimo. Para traer claridad, Jesús comienza el relato del buen samaritano, que cuenta la historia de un hombre que había sido asaltado y maltratado, y estaba al costado de un camino. Habían pasado varias personas delante de él, pero no lo habían ayudado. Hasta que lo hizo un hombre samaritano, movido a la misericordia.
Nuestra conducta aquí en la tierra es nuestra “carta de presentación”. Cuando el Señor nos ha elegido como parte de su Obra redentora, fue para servir a todos. Y es la misericordia también
la que nos permite acceder a la vida eterna.
Se trata de ese amor que se expresa hacia los demás. En primer lugar hacia Dios. Pero luego hacia las otras personas, también mirando hacia los olvidados, aquellos que son despreciados, aquellos que recibieron una enseñanza equivocada acerca de Dios basada en la idea del castigo y que entonces no esperan una relación de amor con Él. Esto lo podemos aplicar a las almas en el más allá, como lo vivíamos el domingo pasado, pero también en aquellos que nos rodean.
Así como aquel samaritano, nos acercamos, vemos lo que hace falta. Si alguien necesita consuelo, llevamos el consuelo divino. Si alguien necesita comprensión, vendamos esas heridas espirituales.

Dios no hace acepción de personas. Durante el activar de Jesús sobre la tierra, se acercó a muchos pecadores, a personas que no habían tenido una buena conducta. En aquel tiempo judíos y samaritanos no tenían buena relación. Sin embargo ese hombre se detuvo e hizo aún más de lo necesario. No había lugar para ideologías, para posturas, priorizó la necesidad del prójimo.
Esto también es lo que Dios espera de nosotros. No seamos selectivos, porque lo que tenemos
para dar no es nuestro, sino de Dios, nuestro Padre. Cada persona que nos rodea es un alma, que podría estar con nosotros en la Iglesia, que podríamos orar juntos, transitar juntos el camino de la fe. Es un alma que también puede ser llamada al arrepentimiento como nosotros. Desconocemos muchas de las historias y situaciones que hay detrás de cada persona, los sentimientos. Pero por sobre todas esas circunstancias podemos colocar el manto de amor que viene del Padre. La misericordia abre las puertas y a eso somos invitados.

Si dejamos que el don del Espíritu Santo sea el que prevalezca en el corazón, no seremos decepcionados. Y aun cuando ese corazón sea duro, portando dolor, decepción, rechazo, igualmente podremos ir con el bálsamo que viene de lo alto. Dios nos dará las palabras necesarias y justas en el momento adecuado.

Y para finalizar, no se trata solamente de prestar atención al que está caído y brindarle
los primeros auxilios sino también de poder continuar y ser garantes: entonces cuando tenemos esos encuentros con las almas, les brindamos lo que Dios nos da y luego seguimos orando. Nos brindamos, no hacemos las cosas a medias, porque, volvemos a citar, dice: “Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, de toda tu alma, de toda tu mente y con todas tus fuerzas”. Es con todo. No podemos asumir nuestra vida de fe y nuestro compromiso con Dios
como algo secundario o a medias. Nuestra fe tiene que estar acompañada de obras, si no es una fe muerta. Las obras solas no alcanzan, primero tenemos que creer. Pero es la conjunción de las dos cosas, en una entrega total de nuestro ser, para realmente ser herramientas en manos de Dios.

Esto no nos quita la oportunidad de ocuparnos de nosotros. El mandamiento dice hablar de amar al prójimo “como a ti mismo”. Pero también coloca un límite al egoísmo y coloca al prójimo en una medida muy amplia. Allí está ese equilibrio que Dios nos permite tener cuando obramos su palabra en plenitud.

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