¡Regocijaos, el Señor está cerca!

Lunes 21/12/2020

Compartimos un resumen del Servicio Divino de palabra correspondiente al domingo 20 de diciembre. Para los países de habla hispana, fue presidido por el Apóstol Claudio González, junto al Evangelista de Distrito Pedro Ramis.


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Servicio Divino de palabra – domingo 20 de diciembre de 2020

Cuarto Adviento

Tema: El Señor que viene

¡Regocijaos, el Señor está cerca!

Texto bíblico: Filipenses 4:4: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!”

Mensaje: El inminente retorno de Jesús, así como su actual cercanía en las comunidades y en nuestra vida, nos llena de regocijo.


Estamos ya próximos a la Navidad, finaliza el Adviento y esperamos el festejo de la cristiandad respecto al nacimiento de Jesús, un punto trascendental para nuestra vida de fe.
En esta palabra el Apóstol Pablo nos dice que nos regocijemos en el Señor. Y reitera esta palabra. Cuando uno reitera una palabra, está colocando énfasis. Regocijo es un gozo muy intenso: por pertenecer a Dios, por servir a Dios y por sentirse un elegido de Dios.
No dudemos de nuestra elección. El Señor vino a nuestro encuentro como en una oportunidad fue al encuentro de Pablo, que no se lo esperaba. Sabemos que esa elección no le ahorró privaciones ni necesidades, tuvo que pasar circunstancias y luchas. Pero las luchas siempre son circunstanciales, es decir, pasan. En cambio, la palabra y la bendición de Dios permanecen en nosotros para siempre.

Ser hijos de Dios
Pablo pudo llevar con alegría el Evangelio. Qué hermoso que podamos ver allí una imagen para nosotros, que también fuimos elegidos por el amado Dios, que un día irrumpió en nuestra vida y nos dijo: “Tú eres mi hijo amado. Quiero ponerte un nombre nuevo. Quiero que puedas renacer de agua y de espíritu. Quiero que seas una herramienta en mis manos”. Queremos sentir esa alegría, ese gozo, esa dicha, esa bienaventuranza de ser sus hijos.

El retorno de Cristo
Para esto, es necesario que podamos creer en nuestra elección y llamamiento. Y esto tiene que generar una alegría, un regocijo especial de saber quiénes somos y hacia dónde vamos. Que el objetivo de llegar al día del Señor llene y complete nuestra vida. Hay una razón para vivir y es encontrar la imagen del Señor en nosotros. Dejar que la palabra y la gracia vayan creando la imagen del Señor, sabiendo que vamos a poder vivir junto a Él una eternidad en gloria, también con nuestros amados. Que le podremos servir en el milenario reino de paz. Que podremos participar de la nueva creación. Estas son características de una fe viva y fuerte.

¡El Señor está cerca!
Qué hermoso es saber que cuando elevamos nuestra alma a Dios en oración, el Señor está cerca. Desde el instante en que decimos “amado Dios”, ya el Señor está escuchando nuestra oración. Está muy cerca nuestro. Y no está solamente escuchando las palabras. A veces no alcanzan a decir lo que sentimos, no llegan a expresar nuestras emociones. Pero sabemos que el Señor está muy cerca del que ora con fe y también de aquel cuya tristeza, cuya angustia en algún momento lo ha alejado de la Iglesia.
El Señor está muy cerca del que sufre, del pecador que se arrepiente. Entonces nos santifica. Nos bendice. Y por eso nos sentimos gozosos, regocijados, con bienaventuranza.

Dios está muy cerca también de aquellos que elige para que le puedan servir. Qué hermoso será que, al igual que Jesús, podamos llevar el Evangelio a todos sin acepción de personas, para que las personas lo puedan vivir así también. Dios quiere ver cómo su enseñanza, su palabra, va moldeando nuestra vida, y cómo vamos creciendo a su imagen, cómo vamos sintiendo el Evangelio y lo vamos desplegando en nuestra vida. Primero en nuestro hogar y luego transmitiéndolo a otros. Porque el regocijo es también algo que se percibe, que puede verse.
El Señor también está cerca de las almas que han partido al más allá. Quiere tener comunión con ellas. Para tener comunión, hay que estar cerca del otro.

Por último, a veces tenemos dolor. A veces hay lágrimas en nuestra vida. Y el Apóstol Mayor nos habló de que el Señor enjugará toda lágrima de los ojos de sus hijos, para que puedan ver a Dios tal cual es. Cuando alguien te puede enjugar las lágrimas, es porque está muy cerca tuyo. Ese es nuestro Padre celestial. También está cerca del que está solo, del que vive solo y del que se siente solo. El Señor nos acompaña.
Él es el camino, el que nos lleva a casa, a la patria celestial. Sigamos sus pisadas con alegría, con regocijo, con la bienaventuranza de saber que somos sus hijos y que esperamos el cumplimiento de la promesa.

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