"Inspirar e infundir valores eternos" - Entrevista al Anciano de Distrito e.d. Alberto Mazza

Miércoles 06/07/2011

Si bien por su actividad como portador de ministerio o director de coro en nuestra Iglesia muchos hermanos y hermanas saben de Ud., quizás otros tantos sólo le conozcan por su nombre. Quisiéramos presentarle, comenzando por su vida de fe, ¿cómo conoció la Obra de Dios?
Ya mis padres, mis abuelos, mis tíos, aproximadamente en 1933, conocieron la Iglesia. Todavía no estaba inaugurada la iglesia Gerli 1. De modo que ellos colaboraron con el terreno, con parte de la construcción, haciendo trabajos. Fue el comienzo para mi familia. Ellos comenzaron el camino en la Iglesia todos juntos. Se reunían en el fondo de la panadería “La Paz” de Gerli, que quedaba a dos cuadras de donde luego se construiría la iglesia. Cantaban en el coro, es decir, se involucraron en la comunidad.


¿En qué zona de Buenos Aires nació Ud? ¿Cómo fue su infancia?
Nací en Gerli, Avellaneda (sur del Gran Buenos Aires). Cuando nací mi padre ya era un siervo. Fue Pastor dirigente de la iglesia Villa Castellino por más de 25 años. Recuerdo que le han festejado algo así como las “bodas de plata” por tantos años como portador de ministerio.
Los Servicios Divinos eran los domingos por la tarde y muchas veces lo acompañaba. Los domingos por la tarde también teníamos la escuela dominical.
Mi infancia fue agradable, iba a la escuela, me gustaba el fútbol. Participaba de la escuela dominical, cantaba en el coro de los niños; así que vengo cantando en la Iglesia desde que nací. Por entonces había escuela dominical hasta los 14 años; luego se llegó a dividir.
Me gustaba mucho jugar fútbol. Integraba los campeonatos que se hacían; jugué dos torneos infantiles que había en esa época. En el barrio era (aunque no me gusta decirlo) como el que “ordenaba” todo; los chicos me respetaban. Ya con 12 ó 13 años, todos sabían que yo iba a la Iglesia, pero jamás me colocaron algo en contra de eso. A veces se acercaban a preguntar cuándo terminaba el Oficio porque teníamos que ir a jugar a la pelota. Así que siempre, a pesar de tener mi vida normal, estuve dentro de la Iglesia.
Tengo dos hermanos, el mayor Antonio (que falleció hace unos años) y Salvador, que entró en descanso siendo Diácono de la iglesia Villa Podestá.

¿Cuándo y cómo empezó a relacionarse con la música?
Empecé a relacionarme con la música aún antes de confirmarme. Comencé a estudiar con el entonces Diácono Caputo, maestro del coro. Él era bandoneonista de una orquesta de tango. Cuando recibió el ministerio fue apartándose un poco de eso. Antes había muchas orquestas de tango en los barrios. Él quería que yo aprendiese a tocar el bandoneón. Pero cuando tuve cierto conocimiento, empecé a estudiar armonio prácticamente por mi cuenta.
Luego ya siendo un joven, colocan como maestra del coro de comunidad en Gerli 1, a la hermana Elsa Salvatorelli de Aloy. Ella me toma a su cargo para la enseñanza; tenía una capacidad musical exquisita, y no sólo eso, fue una de las personas con más capacidad que yo he conocido. Me enseñaba música; no me hacía dirigir, sino tocar el armonio. Me escuchaba y, con un amor entrañable, me iba corrigiendo. Me hacía tocar la marcha nupcial cuando había casamientos (por entonces había muchos), y también los himnos más complicados. Me preparó para ser un maestro de coro; inclusive, cómo tenía que estar frente al coro, cómo tenía que hablar, de qué manera conducirme. Me adoctrinó para el futuro, como si hubiera sido un mandato de Dios para hacer cierto trabajo. Porque ella ni sabía qué tarea llegaría a hacer yo luego. Entonces, podría decir que la enseñanza que ella colocó en mí, quedó grabada en mi corazón. Y prácticamente fue la que me dio una formación, que me valió poder tener una línea y es la que tuve siempre.
Por eso, es importante quién es el maestro que uno tiene. Y no se trata solamente de enseñar música, sino enseñar una conducción divina; eso es lo que vale en la Iglesia. Eso es lo que colocó en mi alma.

¿Cómo está compuesta su familia directa?
Hace 41 años contraje matrimonio con Stella Maris Caruso, perteneciente a la iglesia Gerli 1; ella colaboraba en el coro, en la limpieza. Es hija de padres apostólicos. De nuestro matrimonio nacieron dos hijos, Mariela y Mariano, que también son hijos de Dios.
Quiero resaltar algo acerca de la ayuda de mi esposa. Mi trabajo dentro de la Iglesia fue siempre “estar presente”, como siervo, en el coro, etc. Siempre estuve cerca de los siervos, de sus familias. Entonces, para mi tarea como portador de ministerio, la ayuda de mi esposa ha sido fundamental hasta el día de hoy.

¿Recuerda algún hecho o vivencia, tal vez de su época de juventud, que haya marcado especialmente su vida de fe?
Siempre estuve dentro de la Iglesia, cuando me ha ido bien y cuando no fue tanto así. Yo trabaja en una fábrica y quería abrirme paso en la vida, vivir un poco mejor de lo que habían vivido mis padres. Ellos hicieron todo lo que pudieron. Pero viviamos, como era costumbre entonces, en una casa de chapa, con el baño en el fondo. Y sin echar por menos esa vida, porque era normal en ese tiempo, quería vivir un poco mejor y no encontraba la manera. Entonces, como por entonces estaba colaborando en los coros, tenía acceso a los siervos de distrito. Un día se acercó el Prelado Marino y me preguntó cómo estaba. Le conté que quería encarrilar mi vida, pero no encontraba cómo. Y me dijo: “¿Por qué no te dedicás a lo que sabés?” (Yo trabajaba como tornero y conocía el oficio.) Le respondí: “¿Pero cómo hago? No tengo un peso para comprar yo las máquinas”. Y el Prelado me dijo: “No tengas miedo. El amado Dios puede cambiar todo.”
A la fábrica solía venir un hombre que tenía una fundición de aluminio y siempre hablaba conmigo. Un día me dice: “¿No te gustaría tener tu taller?” Le respondí que sí, pero que no tenía dinero.

–“Dejame a mí”, me dijo. ¿Y qué hizo este hombre? Me llevó a ver a un amigo que trabajaba con él y después de varias conversaciones y de firmar algunos papeles, me dio las máquinas (todas las que necesitaba), a pagar con trabajo. De modo que yo no puse un peso. Por eso, hay cosas que parecen increíbles.
Y después quedaba por resolver dónde colocar esas máquinas. No tenía dónde. Ya mis padres se habían hecho la casa y allí había una escalera que daba a la terraza. Le conté a mi mamá y pensábamos cómo hacer, hasta que ella me dice: “El único lugar que tenemos es debajo de la escalera”. Así quedamos. Para que me den la conexión trifásica debía hacer el trámite en la Municipalidad. Lo hago, y viene a casa el inspector. (Por eso, cuando rogamos antes de un Oficio en ayuda para los difuntos, pienso en esa gente. Porque ellos han ayudado. Y si Jesús dijo: “Por cuanto lo hicisteis a uno de mis más pequeños...”) Entonces, el inspector pregunta: “El galpón, ¿dónde está?” Cuando le mostré el lugar, quedó mirándome: “¿Cómo hago para aprobar esto?” En fin, miró todo, hasta que firmó y dijo: “Bueno, andá y pedí la luz”. Ahí empecé a trabajar. Así pagué con trabajo todo lo que debía por las máquinas, conseguí otros trabajos para tener un peso más y así me fui desarrollando, y me fue bien.
Me casé, mi esposa me ayudó muchísimo, fui consiguiendo fábricas grandes para las cuales trabajar, cambié las máquinas y gracias a Dios pude tener mi taller de tornería y de matricería.
Y lo más hermoso de todo, es que la palabra del Prelado Marino se llevó a cumplimiento, aunque él no pudo verlo porque partió antes a casa.

Ud. ha colaborado como portador de ministerio durante casi 50 años. ¿Cómo fueron los inicios? ¿En qué comunidad?
Como antes mencioné, colaboré toda mi vida en la Obra. A los 6 ó 7 años ya cantaba en el coro de los niños; sin ningún temor. Me operaron de la garganta a los 8 años, por entonces no se utilizaba anestesia... Creo que hasta le rompí el uniforme al médico. Se nota que gritaba, porque los médicos decían: “los padres están llorando afuera”. Estuve 30 años sin cantar por la actividad del ministerio, y ahora empecé otra vez. A los 13 años ya cantaba en el coro de los mayores, en Gerli 1. A los 18 años recibí el ministerio de Subdiácono y así seguí, siempre en la iglesia Gerli 1. También colaboraba en la limpieza de la iglesia.

Ud contó alguna vez que por entonces era costumbre que en la familia todos cantaran, o tocaran algún instrumento.
Sí. Mis abuelos eran sicilianos, mi padre también; mi madre nació en Argentina. La familia se reunía los domingos para visitar al abuelo. Y cantábamos zambas u otras canciones, pero mayormente himnos de la Iglesia. Porque mi mamá estaba en el coro; en realidad todos. Antes era diferente. Hoy día decimos “vení a casa” y se come o toma algo. Pero antes era distinto, no había dinero; sólo era juntarse y compartir. Y lo que se compartía era el cantar.

En todos esos años de actividad ministerial, ¿qué tarea relacionada con la atención de las almas le ha agradado especialmente?
Dentro de la Iglesia realicé todas las tareas. Fui durante muchos años maestro del coro de Gerli 1; como tenía un ministerio, no sólo atendía la parte musical del coro. Nunca tuve un siervo a cargo del coro, sino que me tocó a mí realizar esto. Ya cuando quedé a cargo del coro de Gerli y quizás sería por la preparación de la maestra que había tenido, que me había marcado una línea de conducta al dejarme en el coro, siempre pude atender también la parte espiritual. De modo que hablaba con los hermanos, iba de testimonio, asistía cuando tenían alguna necesidad espiritual.
Además, salía martes y jueves y testimonio, iba a la limpieza, es decir, participaba en todas las tareas.

Gran parte de su actividad han sido los viajes de atención a comunidades en el interior de Buenos Aires. ¿Qué ha significado esto para Ud?
El ministerio de Primer Pastor lo recibí estando a cargo del coro de la iglesia Villa Atlántida (Lanús, Gran Buenos Aires). Fue un día de alegría pero por otra parte, de los más tristes para mí, porque tuve que dejar una gran parte de mi corazón en ese lugar.
Cuando fui colocado como dirigente de distrito, aún estaba a cargo del coro general. Teníamos reuniones todos los jueves con el Apóstol de Distrito Bianchi y los viernes me tocaba realizar la reunión de Pastores. El coro lo atendía cuando teníamos que cantar. Pero sí, también viajé mucho al interior, me tocaba atender las comunidades de la Ruta 2 y Ruta 3. Viajábamos siempre los días sábado. Porque visitábamos a todas las almas de la comunidad; conocía a cada uno, cada necesidad. Esto me trajo experiencias muy especiales. Yo trataba también de que tuvieran un progreso. Además de lo espiritual, procuraba hablarles de la vida, que en lo posible vivieran un poco mejor. Eso aparejaba que muchos hermanos se acercaran, por ejemplo como un hermano que una vez me dijo: “¡Tiene que venir a mi casa porque tengo una sorpresa para Ud!” Las casas eran muy humildes. Este hermano tenía una puerta de calle muy precaria, entonces le había aconsejado cómo podía mejorarla. Y cuando fui a la casa, me mostró con mucha alegría que había podido comprar una puerta.
Había otro hermano que era muy alto y para entrar donde vivía, tenía que agacharse porque de otra forma no podía pasar. Entonces le dije: “Tendrías que cambiar, buscar otro lugar, hacer cosas, mejorar”. Me escuchó y me contestó: “¿Usted sabe cuánto gano yo?” Cuando me lo dijo, pensé: “Dios mío, ayudame, porque no le alcanza ni para comer”. Entonces le respondí: “¿Yo te pregunté cuánto estás ganando por mes?”. Por entonces la Municipalidad construyó casas (creo que fue la única vez) y una se la dieron a él, a pagar con mucha facilidad.
Estos son hechos de fe. La etapa de los viajes fue muy hermosa. Sobraban hermanos para viajar; esto lo puedo decir. A veces había que elegir quién viajaría, porque un hermano decía: “¡Este sábado me toca a mí!” Y Dios es testigo de lo que estoy diciendo. Hoy ellos son gente grande. Teníamos por entonces una gran cantidad de comunidades para atender. Luego se dividieron los distritos.

Ud. ha compuesto numerosos himnos del repertorio de nuestra Iglesia. ¿Podría nombrar de alguno en particular qué lo inspiró a componerlo?
Los himnos que compuse no son basados en palabras o frases de uno u otro. Cada himno tiene un significado. Es un estado del corazón que va tomando forma. Uno de los primeros que recuerdo es “Señor, nos diste un día la santa promesa”.
En 1979, el Apóstol de Distrito Bianchi me anunció que al año siguiente yo debía dirigir el coro, para la visita del Apóstol Mayor Urwyler. Entonces comencé a tener un mayor contacto con el Apóstol de Distrito; a veces (como yo podía manejar el tiempo con mi trabajo), me reunía alguna mañana con él, y me empezaba a contar cómo sería la visita o el Servicio Divino, porque él colocaba en el corazón la visita del Apóstol Mayor. Y luego yo así lo hacía con el coro, porque ésa era la tarea. Esa visita fue un acontecimiento. Por todo lo que me había anticipado en palabras el Apóstol de Distrito Bianchi, volví a casa pensando y como “escuchando” ese Oficio donde estaría el Apóstol Mayor. Ahí compuse el himno que dice: “La hora preciosa que estamos viviendo, es sólo una muestra de lo celestial, por unos instantes estamos sintiendo lo maravilloso que es vivir allá”. La letra surgió después de aquella conversación, pero fue una inspiración divina y un estado del corazón.

¿Colaboraron juntos con el Pastor José Crea?
Sí. El Apóstol Bianchi sabía que yo estaba en Gerli 1, y me llamó para que integre el coro general de la iglesia central, que se inauguró en 1967. Nosotros empezamos a reunirnos aproximadamente en 1962. Por el registro de mi voz, el Pastor Crea me pidió que le enseñe a las sopranos. Estuve muchos años colaborando junto a él; esto me valió hacer ejercicios vocales. Sé que me apreciaba, a veces me llevaba con su vehículo, también fuimos juntos a cazar. Había cierta afinidad. Es muy buena persona, con muchos conocimientos. Pude vivir también en esa etapa momentos muy lindos.
Así estuvimos en la inauguración de la iglesia central de Buenos Aires y siempre lo ayudé. Todos los himnos que compusieron con Dasso, me pedían que los enseñe a las sopranos. Y luego también cantaba en el coro. Recuerdo que fuimos a la inauguración de Mar del Plata; momentos muy lindos.

Más allá de los conocimientos musicales naturalmente necesarios, ¿qué virtudes considera Ud. indispensables en un director de coro en nuestra Iglesia?
Esta es la pregunta más difícil de contestar, porque se trata de dar una opinión de un sector de una tarea de la Iglesia. Nació con la Iglesia el formar coros, pero es algo que está vigente hasta el día de hoy.
No voy a decir que tengo autoridad para hablar, pero nací cantando en el coro, fui director de coro muchos años, luego fui dirigente de distrito. Es decir, que primero me tocó “llevarme bien” con los siervos cuando era maestro y luego me tocó la otra parte, “llevarme bien” con los maestros de coro. Esto especialmente cuando era Evangelista de Distrito, porque cuando fui Anciano de Distrito lo hacía pero me costaba más, pues eran muchas las comunidades que debía atender. Igualmente, cuando terminaba el Servicio Divino siempre conversaba con el maestro o la maestra.
Y luego de muchos años, vuelvo ahora a la tarea de estar en el coro con los hermanos.

Un Director de coro en nuestra Iglesia, como primero debe tener una línea de conducta. ¿Por qué? Porque el maestro o maestra, es como el “segundo dirigente” de la comunidad. Primero, el Pastor dirigente. Pero el maestro/a tiene a su cargo en la tarea, una parte importante de la comunidad. No es sólo enseñar los himnos. Hay intervalos en la enseñanza, además en el coro se producen distintas situaciones como enfermedades, dificultades, contratiempos.
El rol principal del maestro, es que el coro cante bien, para eso está allí. Pero su tarea va ligada a otras cosas. Como primero, debe ser humilde de corazón, que tenga vocación de servicio, que sea un referente de la Iglesia, que los hermanos lo amen, que él los trate con amor, que coloque lo espiritual en primer término. Porque muchas veces un himno no sale bien... Las voces en el coro no son iguales. Hay quienes tienen mucho oído pero no en todos es así. Recuerdo que una vez había en el coro de comunidad, un hermano que no podía entonar. Entonces lo ubiqué junto a dos o tres hermanos que le cantaran para que los escuche, y con el tiempo llegó a cantar muy bien. No se puede decir: “Este no sirve, lo sacamos”. Hay que tratar de que todos queden.
Me pasó también este último tiempo, antes de que tuviera que reducirse el coro [de adultos mayores]. Había hermanas que nunca habían estado en un coro, algunas de más de 80 años y que no entonaban bien. ¿Qué iba a hacer? ¿Sacarlas? ¡No! Entonces las escuchaba, las ubicaba y le pedía a algunos otros hermanos que las ayuden. Entonces, no sólo se trata de enseñar. También que todos canten con alegría.
Y por sobre todas las cosas, el maestro/a debe estar en comunión con el dirigente de la comunidad. El Pastor dirigente y el maestro deben estar unidos. A veces, es posible tener un Pastor dirigente que nunca haya estado en un coro. Ese tal vez podría ser un problema, pero el maestro debe colocar allí su sabiduría y conocimiento para que esa falta no llegue a ser un tropiezo. Debe haber un acercamiento, porque se trabaja en comunión para el bien de la comunidad.

Cuando dirigía el coro en Gerli 1, el dirigente me dijo: “Te necesito para otra tarea”. Llegó el Santo Sellamiento y recibí el ministerio de Pastor (sin aviso previo, como lo es ahora). Entonces me quitaron la tarea del coro para hacer otra tarea. Y así lo hice. Por entonces pensaba: “Bueno, no vuelvo más al coro”. Pasó un tiempo y el Anciano Frade me dijo: “Te necesitamos en Villa Atlántida, como maestro de coro”. Y así también lo hice, con la hermana Beba Martínez como armonista (un tesoro de maestra, que aún concurre allí; una hermana maravillosa). El Pastor dirigente era Eddie Villa, ¡un gran siervo! Era hermoso escucharlo en su prédica. Pero cuando llegué, me dijo: “Yo no entiendo nada de coros, no tengo oído musical, pero tenés toda la libertad para trabajar”. Entonces, cuando íbamos a estrenar un himno, iba en secreto y le avisaba, así él podía prestar atención a ese momento; luego nos felicitaba, ¡y el coro quedaba contento!
Por eso digo, es cuestión de que el maestro le busque la vuelta a las cosas.

Y también hay otro costado. Lo fundamental, es que el maestro no sea conflictivo. Si el maestro es el origen del conflicto, no hay solución, por más libertad que se le dé. Va a ocasionar problemas en la comunidad, se va a enfrentar al Diácono, al Pastor. No hay manera. El Apóstol Marton decía “genio y figura hasta la sepultura”. El que es conflictivo, no cambia. Siendo dirigente, he realizado reuniones entre Pastores y maestros de coro tratando de conciliar, porque después esto se reciente en la comunidad.
Pero también hay muchísimos maestros y maestras muy valiosos, son los que trabajan en silencio y no para hacerse notar. Entre los mayores como yo y sin establecer diferencias, podría mencionar a la hermana Evangelina Mojas, que nació en el seno de nuestra Iglesia, Adelina Macri, tocando el armonio toda la vida donde se lo han pedido (ella también es discípulo de la maestra Elsa); también Regina Leyes, toda una vida colaborando en los coros. Son ejemplos a imitar. Con Regina hemos trabajado mucho juntos. Cuando algo sale bien, lo dice; pero si hay algo que debería cambiarse, también podemos conversarlo. Eso es lo que vale, cuando uno se siente seguro del que tiene al lado; trabajar todos para el bien de la comunidad.

A veces ahora, estando en descanso, la maestra del coro de Gerli 1 me llama para colaborar en algo. Entonces voy, lo hago, pero la bendición del coro es ella. Uno debe saber ocupar el lugar que le corresponde. La bendición del coro es el maestro o maestra. Es lo que deben entender los hermanos, los ayudantes, todos. Pero tiene que ser un “maestro”.
Hay una frase que dice: “El maestro enseña”. Pero agrego, el deber de un maestro apostólico debe infundir e inspirar valores eternos, que son los que expresan nuestras letras (porque nuestros himnos hablan de la venida del Señor, de quedar fieles, etc.). Es lo que debe colocar en los hermanos.
Esta es mi opinión respecto a esta pregunta que me han hecho, pero es dicho con un sentir espiritual, y es lo que he visto a través de los años.

En ocasión de dirigir el coro general en la visita del Apóstol Mayor Urwyler en 1980, Ud. pudo saludarle personalmente. ¿Cómo se produjo este encuentro y qué significó para Ud.?
Fue todo un acontecimiento, que un Apóstol Mayor llame al maestro del coro para saludarlo. Él me llamó a la sacristía a través de un siervo. Me dijo: “Quedé muy emocionado por el coro; tuve esta misma sensación en Malawi. Además de los himnos, fue por el sentir del corazón y la unión de los hermanos hacia Ud.” Recuerdo que me dio un abrazo que nunca olvidaré.
Para mí significó en los trabajos de la Iglesia, colocar siempre, siempre, lo espiritual sobre lo musical y ver que lo que la maestra Elsa me había enseñado en el coro de Gerli 1, lo podía ver cumplido ese día. Porque cuando después de saludar al Apóstol Mayor regresé al coro (y los que estaban allí lo podrán recordar; había unos 150 hermanos y hermanas) dije: “Para mí es un día de alegría que el Apóstol Mayor me haya saludado, pero esto es la culminación del trabajo de la que fue mi maestra en sus comienzos”.
Y por otro lado también, estuvo la formación del Apóstol de Distrito Bianchi de cómo debía ser un coro. Todo ese trabajo no quedó en vano, ya que el Apóstol Mayor es lo que vio. Porque coros, hay muchísimos buenos. Para ser un coro espectacular, deben ser profesionales. Pero dentro de la Iglesia, siempre debe estar lo espiritual primero.

Actualmente se encuentra Ud a cargo del Coro de Adultos Mayores, que se presentó ya en la iglesia central de Buenos Aires y, últimamente, en ocasión de la Asamblea de Apóstoles de Distrito en Buenos Aires. ¿Podría contarnos alguna vivencia en particular relacionada con esta?
La tarea fue relativamente breve, pues no había tiempo para realizar muchos ensayos, ya que se superponen los tiempos con otras tareas, como los ensayos de coro de comunidad. El Apóstol de Distrito Passuni me convocó y me pidió que tratara de que no genere ningún conflicto, con lo cual estuvimos tratando de buscar los horarios de los ensayos para que no haya superposición. Y a pesar de que no hubo mucho tiempo disponible, se logró mucha unificación.
La gran mayoría de los componentes del coro prácticamente nacimos dentro de la Iglesia. Tenemos una “cultura” de lo que es colaborar en la Iglesia. Al ver ese ir y venir de los hermanos, de no mirar tiempos ni distancias para la tarea, estaba tocando el pequeño armonio que tengo en casa (y que ahora volví a tocar), y me surgió el himno que habla del cabello emblanquecido, que a pesar de ello no cambió en nosotros lo que sentimos por la Iglesia; hablo por mí pero también por todos estos hermanos, que de alguna forma representan un sentir de juventud. Todavía hoy me llaman para saber cuándo nos reunimos otra vez. Por eso cuando cantan, representan un sentir del corazón.
Hay un Pastor que integra el coro con su esposa. Él tiene una enfermedad seria, que requiere tratamientos delicados y a veces se le dificulta estar, aunque él desea hacerlo. Entonces le expliqué al coro que él no podía estar por su salud, pero que seguramente todos queríamos que cantara con nosotros. Pudo estar en el coro a fin de año, y ahora cuando nos visitó el Apóstol Mayor y también en la invitación reciente que tuvimos del Apóstol de Distrito. La esposa me había llamado para decirme que era muy difícil que pudiera estar, pero le pedimos que le transmitiera que todavía no había terminado el ruego. Y ese día también pudo estar presente. Fue un hecho muy importante. Todo el coro rogó y él pudo estar.
También tuvimos mucha ayuda, por ejemplo del Obispo e.d. Amoruso o del Anciano de Distrito e.d. Mieres que parecía una criatura, ordenando todo, cantando; también el Anciano de Distrito e.d. Pianesi, el Evangelista de Distrito e.d. Bertolotto, el Primer Pastor e.d. Salvemini, los Pastores e.d., los hermanos y las hermanas, todos tenían un entusiasmo increíble.
Compartimos un tiempo muy lindo. El problema son las distancias para reunirnos, por los lugares donde vive cada uno, pero el sentimiento y el entusiasmo lo supera todo.

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