Jueves 01/05/2025
En el mes de mayo, luego de la Pascua, se hace referencia a la manera en que los discípulos experimentaron la presencia del Resucitado.
La prédica del primer domingo del mes se centra en el relato de los discípulos de Emaús. Ellos se dirigían hacia allí desde Jerusalén, algo desilusionados. El Resucitado se les acercó para hablarles, pero recién lo reconocieron cuando partió el pan con ellos. Esto nos invita a que en nuestro tiempo seamos sensibles ante la presencia de Jesús, la cual podemos experimentar de forma directa en la Santa Cena.
En el segundo domingo se aborda el tema de la vida que surge a partir de la resurrección. Agradecemos y nos alegramos por las obras de Dios para nuestra salvación. También lo alabamos, no solo con palabras sino además con nuestras acciones, ayudando y poniendo en práctica el amor al prójimo.
El tercer domingo confesamos: “Yo sé que mi Redentor vive”. A pesar de su sufrimiento, Jesús se convirtió en la fuente de salvación para la humanidad. Con su resurrección venció a la muerte y al mal. Él nos ofrece la vida eterna, la comunión con Dios por siempre.
El cuarto domingo nos preparamos para Pentecostés, el tiempo de espera del Espíritu Santo. Por medio de la palabra y de los Sacramentos, el Espíritu Santo está activo en la Iglesia y acompaña a los creyentes hasta el retorno de Cristo.