Remando de a dos - Entrevista Matrimonio Marchiselli

Miércoles 29/06/2011

Con motivo de las bodas de oro matrimoniales de María y Ernesto Marchiselli, celebradas el 25.05.2011 en la iglesia Caseros (Buenos Aires, Argentina), el domingo anterior los entrevistamos para conocerlos un poco más y nos cuenten acerca de estos años compartidos.


Lo primero que queremos saber es: ¿cómo se conocieron?
María: en la comunidad de Caseros. Yo colaboraba en el coro. Venía de Villa Real. Él colaboraba como Subdiácono. Estuvimos ahí un tiempo. Yo estaba trabajando en Devoto, y él me venía a buscar; ahí empezamos a salir.

¿En qué año se conocieron?
María: ¡Las fechas pregúnteselas a él!
Ernesto: En 1957. Ese año yo había terminado la conscripción. Con unos compañeros estábamos en contaduría. Vivía a 15 cuadras. Y le decía siempre a uno de los compañeros míos, que era bastante “atorrante”, digamos muy entrador, que había una chica que me gustaba tanto y que si de verdad esto se me daba, sabía que iba directo hacia el matrimonio. Ella concurría a la comunidad de Caseros, Sarmiento 358, y yo iba allí… La invité un día; al final del coro, ¡y aproveché! Porque me decía, si no la invito ahora, no la invito más.

¿Estaban juntos en el coro?
María: Vos ibas a la iglesia, no estabas en el coro.
Ernesto: Yo estaba en la comuna, también en el coro, gorda. El corito tenía un hermano que tocaba el violín y estábamos juntos con otro siervo, el Pastor Bagleta, un siervo de muchísimos años también. Él trataba de juntar todas las voces, que era medio difícil, y nosotros que éramos un desastre cantando, pero bueno… Y yo la veía a ella, y trataba de buscar el momento, porque si no, los días del Oficio no se puede, porque estaba la madre [risas].

¿Había que pedir autorización?
Ernesto: ¿Viste como son los italianos? ¡Había que pedir autorización!

¿Usted qué edad tenía hermanita?
María: 16 años.

Era muy joven.
María: Y, había que cuidarla a la nena... Recuerdo que mi mamá no me dejaba, ni a mí, ni a mis cuatro hermanas. Mi hermana era una “cuida”. En la época de la escuela secundaria, no me dejaban ni ir a gimnasia, me ponía límites, me decía: –Si es de noche, ¡no vas! Íbamos al club Arquitectura en Constituyentes, pero no si era de noche. Así que hasta en eso nos cuidaban. Y ahora haría falta que a muchos los cuiden, pero bueno, es una pena.
Ernesto: llegó el momento en que nos pusimos de acuerdo, yo la iba a buscar, ella trabajaba en Stella Maris, en Lope de Vega, y la iba a buscar a la tarde, cuando salía. El padre no sabía nada, las hermanas y la madre, sí. La hice como de “Cayetano”. Hasta que llego el día que le dije, bueno, me voy a presentar. ¡Antes se pedía la mano! Entonces le dije a ella. ¿Cuándo voy? ¡Un sábado! Estaba gris, ese sábado llovía. Era una cortina de agua. Y yo decía: “tengo que ir; esto es una prueba”. Y bueno, aparecí. Cuando abren la puerta, era el papá. –“Eh querido, ¿viene de testimonio? ¿Pasó algo?” Porque él no sabía nada. Yo las miraba a ellas y se reían. Entonces le dije: “De testimonio no, querido, vengo por algo distinto. Vengo por su hija.” Y el padre me respondió: (en acento italiano) “Ma´, ¿yo soy el último que me entero de esto?” [risas].

Te cuento una anécdota. Resulta que la mamá de ella falleció y la hermana de ella, Rosa, hacía la comida, porque a la noche, yo por ejemplo, el sábado iba para allá y me quedaba a comer, y entonces ella hacía la comida, porque no estaba la mamá. (“Mi mamá falleció a los 42 años”, dice María.)
Ella estaba con una enfermedad, tenía diabetes, en fin. Y a Rosa, que hacía la comida, le gusta el ají picante y le había puesto picante al fideo, así que tuve que sacar el pañuelo, y con una mano comía, y con la otra me secaba el sudor... Y ella me decía: ¿Está fuerte? Y yo le decía, no, no. No paraba de secarme... Imagínate, yo no había comido picante nunca. Y después me case.

¿En ese momento usted era Diácono?
Ernesto: Cuando nos casamos ya era Pastor. Tenía 23 años. Estaba en Muñiz, con el Pastor Domínguez, en un lugarcito nuevo, que era en formación…

¿Y cómo era ser la esposa del Pastor tan joven? ¿Es una responsabilidad, no?
María: No lo sentí ni pesado ni liviano. Yo lo esperaba, él iba y venía, como eran los testimonios de antes. Él iba con el Pastor Di Marco también, y a veces era la una de la mañana y estabas esperando. Pero yo nunca le puse trabas ni nada, lo esperaba con la comida. Comíamos a la noche, y él se levantaba muy temprano, en Austral donde trabajaba, tenía diferentes horarios, y a veces desde Aeroparque se iba de testimonio directamente, así que yo no lo veía hasta la noche.

Los tiempos ahora son diferentes, porque muchas cosas se resuelven con celulares, por email, y ser un siervo tan activo, hace 30 años…
María: Recuerdo que llamaba a los Pastores con los que él salía de testimonio, por si pasaba algo; yo no me enteraba de nada, era más difícil antes.
Ernesto: ¡Agarramos el remo los dos! En el bote hay que remar los dos, ni yo uno, ni ella el otro, agarramos el remo los dos, porque recuerdo que esa vez, me pasaron de Del Viso a Pilar

Cada vez más lejos…
Ernesto: ¡Sí! Y trabajaba en tres horarios, mañana, tarde y noche, y era el responsable en Pilar. Me iba de casa al trabajo, trabajaba de 6 a 10, y otras veces de 10 hasta las 6 de la mañana, así que yo salía de casa a las 8 hs los sábados, trabajaba, y después viajaba en el tren dos horas hasta Pilar, me dormía en el tren, me llevaba el sobretodo en invierno, y dormía hasta allá, después el Oficio, llegaba a casa a las 3 de la tarde, y comíamos algo.
María: yo en mi trabajo tenía muchas invitaciones y él nunca venía, no podía… no podía buscarse ese lugarcito que yo sé que ahora se buscan los siervos, “¿por qué no salís un ratito antes?”, y no, porque no se podía. Recuerdo que cuando él era siervo, las fiestas de Navidad en mi casa, algunos no eran apostólicos, y no entendían, pero nos decían por el altar que a las 12 de la noche tratemos de irnos a dormir, porque al otro día estaba el Oficio. ¿Vos te acordás? Era distinto. No podías flexibilizar como ahora con otros compromisos. Era otra época.

Todos esos años deben haber traído aparejada una bendición, ¿no es cierto?
María: ¡Sí!
Ernesto: cuando nos casamos nos compramos una cocina, lo único que compramos, porque los muebles eran de mi tía, no teníamos un peso cortado por la mitad. Colaboraba con mi papá, no había podido ahorrar para el casamiento, para salir, para todas esas cosas; por “Austral” tenía todos los pasajes gratis, entonces nos fuimos a Mendoza, San Juan, en fin, a Córdoba, a muchos lados pero sin un peso en el bolsillo. Nos casamos y con el tiempo nos compramos una casa, después un terreno, después otra casa, después un coche, después otros coche. No digo que eso sea la bendición, pero eso acompaña un poquito, porque yo digo que vivo para muchas cosas, lo espiritual y lo material, todo acompañado.

El esfuerzo y la bendición dan muchos frutos.
Ernesto: Siempre les digo a mis hermanos: “Dios hizo un pacto conmigo”, entonces me miran. Les digo que la diferencia está en que no me llamó a mí para hacer el pacto, Él hizo un pacto, y eso se ve después en el tiempo. “Has trabajado, bien, ahora yo te voy a dar; después de 50 años de trabajo en la Obra” (nací en la Obra). Y, hay que estar... cuando llegaba o no llegaba los domingos. ¿Iba a salir el sábado? ¿A dónde? Y Dios nos acompañó. Y me dice: ahora te regalo esto, y seguí hasta los 67, y entré en estado de descanso, y nos dio a los dos una salud para seguir disfrutando. Gracias a Dios hemos conocido Norteamérica, la costa este, la costa oeste, hemos ido a Chile, a Brasil, a Venezuela, Isla Margarita, a España, Punta Cana, una pila de lugares…

¿Todo eso después que usted entro en descanso?
María: No, la que más vivió toda esa época fue nuestra hija Valeria, porque cuando ella nació nuestro hijo Rubén ya tenía 14 años. Antes salíamos sólo por el interior del país, pero al exterior la que venía con nosotros era Valeria, porque en ese momento podíamos movernos más.
Ernesto: Volviendo a lo del pacto, Dios conmigo fue muy inteligente, porque no me lo dijo antes. Porque si Él me lo decía antes yo podría haber aprovechado, podría haber especulado, hubiera sido tan lindo haberlo aprovechado “si Dios está conmigo, ¿quién puede estar contra mí?” Pero Dios me dijo: “tenés que tirar hasta el final, a ver si realmente vas a llegar, a ver qué pasa con vos”. ¿Porque lo hicimos todo, verdad? [le pregunta a ella]. Bueno, también peleamos, por supuesto, pero después de la pelea viene la reconciliación, pero esa parte no se las cuento [risas].

Por lo que podemos ver hasta ahora, podríamos decir que su matrimonio se destacó por un marcado trabajo en la Obra. ¿Hay alguna experiencia de fe que quieran compartir con nosotros?
Ernesto: Cuando nuestro hijo tenía 13 años lo atropelló un auto; él venía con otro compañero en bicicleta, y el auto lo tiró. Tuvo una fractura expuesta, pero se salvó gracias a Dios, estuvo internado en el hospital de Haedo
María: Él estaba solo porque trabajábamos los dos. Me llamaron a mí al trabajo y me llevaron al hospital. Fui con el hijo del dueño, eran como las diez y pico de la noche, estábamos esperando afuera. Me había puesto tan mal, tan nerviosa, que salió una enfermera y dijo: “Que entre el señor, y que la señora se quede afuera porque está muy nerviosa”. Resulta que mi marido estaba haciendo un curso en una escuela (él siempre con sus libros). Llegó tarde y cuando quiso entrar diciendo “voy a ver a mi hijo”, le respondieron: “La señora está con el esposo arriba, Ud no tiene por qué subir” [risas]. Y él dijo: “¿Cómo? ¡Si el esposo soy yo!” [Risas]
Ernesto: ¡Quería subir y agarrarlo del “cogote”! Yo estaba terminando el curso de técnico aeronáutico en Morón, me enteré cuando me llamaron.
María: Claro, no había teléfonos celulares…

Para llegar a 50 años de matrimonio quizás no existan las recetas, pero, ¿tienen alguna palabra para los jóvenes matrimonios?
María: La comprensión y el aguante. Hay cosas que no te gustan, hay cosas que te parece que no van, y no todos los hombres (yo digo mi parte como mujer) tienen la misma manera de ser. Unos acompañan pero no saben colaborar, otros son más colaboradores en el matrimonio, por ejemplo él siempre me acompañó mucho con el sentimiento, pero en la casa no le des un plato porque no sabe hacer nada [risas]. Pero yo lo hacía y lo sigo haciendo con gusto. Ahora lo hago para cinco hombres así que imagínense. Pero no me quejo, me gusta. Habrá otros matrimonios que esto no lo soportan. Yo me aguanté lo que me tocó. Mi suegra se enfermó; la hija no podía venir mucho, así que yo estuve en el hospital con ella y después me la llevé a mi casa. Tuvo una enfermedad bastante brava, pero bueno, no soy de renegar, tampoco dar lástima. No sé si será orgullo, pero no me gusta, porque para qué vas a estar contando.
Ernesto: Yo creo que es el amor; más que el amor físico, el amor realmente. ¿Cómo se llama ese himno?
María: “Amor espléndido”. Le dije al Pastor que querías ése para nuestro aniversario.
Ernesto: Sí, me acordaba de ese himno. Tiene que rebalsar lo que es el ser humano. Aunque nadie escapa de eso, porque todos tenemos limitaciones, problemas; tenemos un poquito de todo, pero cuando uno escudriña un poco interiormente y encuentra lo que tiene bueno, lo que Dios nos dio... Escuchamos tantas veces, sobre tantos proyectos de vida, tantos ejes fundamentales para poder vivir mejor, para poder disfrutar la gracia. Yo escuché un señor que decía “mejor que decir es hacer, y mejor que prometer es realizar”. Está bien, yo escucho lo que dijo el altar, pero ¿qué voy a hacer con ello? Tengo que hacer algo, porque el altar me dice que yo puedo ser feliz. ¿Qué voy a preguntarle a uno u a otro? Si Dios me dijo algo del altar y es para bien, realmente lo que viene de Aquel que alimenta mi alma, entonces tengo que llevar a cabo la receta, y pido por eso. Como le decía aquel siervo cuando Cristo le preguntó: “¿Vos crees? -Sí, yo creo Señor, pero ayuda a mi incredulidad”. Porque siempre uno tiene un grado de incredulidad también. Entonces digo: “Bueno, Papá, ayúdame a ver cómo puedo hacerlo. Yo quiero ser feliz, quiero que ella sea feliz también, que cuide bien a nuestro hogar, a nuestros hijos, yo quiero que ellos sean felices”.
Entonces tengo que poner algo mío. No puedo pedir solamente a la otra parte, tengo que hacer mi parte, para que sean entonces las dos una parte. Todo eso nace no de la exigencia, ni de la obligación. Porque en ese sentido soy, digamos, medio ríspido: en cuanto me siento obligado a hacer algo soy medio difícil. Pero todo lo hicimos por amor, porque Dios nos enseñó cuál era el camino, cómo era el camino, de qué forma transitarlo. ¡Nos dio todo! Después había que hacerlo, nada más.
Hubo días lindos, y también de los otros... Rubén tuvo otro problema también, cuando “se puso la camioneta de sombrero”. Y salió vivo, gracias a Dios. La verdad, ahí también fue otra prueba de fe. Pero también ahí bendijo Dios. La semana pasada nuestro nieto Sebastián (y de paso les digo para que nos recuerden), un auto se lo llevó por delante, él iba con la moto, y se fracturó.
María: Si les digo... El que te conté este último tiempo está haciendo fiesta con todo lo que nos pasó. Eso fue un miércoles, se fue de acá de la iglesia y a la 1:30 hs nos llaman. Se había accidentado. Yo, toda mi vida cuando veo un accidente me tapo la cara. Bueno, tuvimos que verlo tirado en la calle, con la ambulancia, con la policía. Terrible. Fue un miércoles; y a las 3 y media de la mañana del sábado nos despertamos con dos personas apuntándonos en la cabeza, en la cama. Ya no sé qué más nos puede pasar en todo este último tiempo.
Ernesto: Y… son circunstancias que nos tocan.

Pero tienen una salud “de oro” para poder sobreponerse
María: Sí. Fue terrible. Nos decían “ustedes ni hablen” Nos encerraron en la pieza y estuvimos un rato largo. Después de un rato se habían ido, cerraron para poder llevarse todo lo que pudieron.
Ernesto: Lo que se llevaron puede volver, pero nosotros seguimos.
María: Sebastián nos decía “yo estoy vivo, y a ustedes les llevaron plata, que vuelve”, no se hagan problema que no pasó nada”. Pero no quería que vayamos a dormir a casa.
Ernesto: Él desde el hospital la llamó a la tía a ver si estábamos ahí.
María: Sí, dormimos un par de días en lo de mi hermana.
Ernesto: Es un impacto difícil de superar. Yo digo, soy un Pastor, no puedo tener un arma en la casa. Tenemos un arma más poderosa, y yo con esa arma decía: “Papá, llévatelos, sácalos de acá”. Antes un par de veces entraron a casa y llevaron lo que había, pero no estábamos nosotros.
María: Uno piensa cómo van a reaccionar. Lo único que nos quedaba era confiar en Dios
Ernesto: Estábamos en las manos de Dios, y no les permitió que nos hagan absolutamente nada. Son experiencias que hay que pasar. Cuando algo nos sale bien, o nos va bien, decimos: “¡Gracias a Dios!” Pero ahí es más fácil que decirlo en otras situaciones, cuando las cosas no salen tan bien. De todas maneras también lo sentimos, y no por costumbre, sino porque uno tiene una convicción interior, es algo tan profundo, la fe de cada uno, que tratamos de mejorar cada día. Pero bueno, gracias a Dios estamos acá, conversando con ustedes. Y agradecidos [con lágrimas en los ojos].

Agradecemos de todo corazón a los dos, porque es hermoso poder verlos; ambos nos enseñan muchas cosas ya sólo con la mirada. ¡Es un orgullo tener hermanos como ustedes!
Ernesto: Siempre traté de hacer lo que Dios nos pedía, porque al final del camino uno se da cuenta que es lo que conviene. Yo escuchaba siempre del Pastor Tausse: “¡Es negocio!” Y es verdad, ¡es un buen negocio!

Antes de terminar, en tantos años de ministerio como Pastor, ¿hay algo más que nos quiera destacar?
Ernesto: Colaboré en diez lados distintos. En Derqui, en José C. Paz, en Villa Ballester, en Caseros, en San Martín, en Lourdes, en Caseros de nuevo, en fin. Creo que las experiencias es recoger de todos los lugares mucho cariño, mucho amor. Tengo amigos por todos lados, que sé que también están orando por mí y yo por ellos. Es la experiencia más maravillosa, después lo que hice en cada lugar, ¡eso sólo Dios lo sabe! [risas]. El apostolado es un estilo de vida; el amor, el cariño, si hemos vivido en eso, ¿qué más?
María: “¿Qué más puedo pedir?”
Ernesto: “Qué mas puedo pedir, si soy hijo de Dios…” [recordando este conocido himno, nos despedimos de los hermanos, luego de haber vivido un maravilloso encuentro.]

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