“No me apartes de tu gracia”

Martes 07/06/2011

Norma Edith Ríos concurre actualmente a la iglesia Salto, provincia de Buenos Aires pero ella nació en La Plata (el 5 de mayo de 1941). Está casada con Horacio Odbulio Manzelli, tiene cinco hijos (dos varores –Pastores en la ciudad de La Plata y de Rosario– y tres mujeres). Y por si fuera poco, doce nietos. ¿Por qué forma parte de esta entrevista? Pues sucede que Norma tiene mucho para contarnos de su historia como nuevoapostólica.


-¿Cómo llegó a Salto?
-Bueno, veníamos de Villa Atlántida. El Anciano Nave vino a casa y habló con mi papá de trasladarse a Salto para hacerse cargo de una comunidad que hacía un año o poco más que estaba formada. Lo conversaron con mi mamá, le dijo que sí y nos vinimos. Me acuerdo que fue en el mes de septiembre, hacía frío y estaba hermoso, pero mi papá era sastre y cuando vinimos acá nadie se vestía de traje, porque 60 años atrás era un pueblo de gente de campo. Entonces yo me acuerdo que mi papá trabajaba de lo que podía y de lo que había. Había conseguido un trabajo en el balneario (porque acá hay un balneario muy lindo); hablaron con el Intendente y le consiguieron para cuidar allí: por ejemplo, alquilaban mallas (antiguamente se usaban mucho esas cosas), alquilaban sillas, etc. Pero ese año vino una fuerte inundación. Acá cuando el río sube, ¡sube! No se ve nada. Entonces cuando bajó, fueron y no había nada: todo se lo había llevado el río. Pero a pesar de eso ellos siguieron bien.
Mi mamá era muy luchadora, para las cosas de la Iglesia muy firme. Mi papá era un siervo pero ella lo empujaba, porque eran tiempos muy difíciles. Acá las calles eran de tierra –¡ahora acá un cielo!–. Hay una avenida que se llama España que era de zanjones terribles. Yo me acuerdo que iban a testimonio, porque los hermanos de la capilla vivían lejos, y había unos zanjones tremendos y era una época en que cortaban la luz, porque escaseaba. Entonces se manejaban con linternas y cada dos por tres caía alguno al zanjón. Ahí se levantaban y seguían, porque no había otra.
Había un Diácono, Manzanares, de una fieldad y entrega absoluta, que venía siempre y lo acompañaba a mi papá, que también era Diácono y al poquito tiempo recibió el ministerio de Pastor porque si no, no había quién diera Santa Cena. Había otros hermanos que venían (que todavía están en la capilla) y no se sabían poner los cuellos. Mi papá en Buenos Aires usaba mucho el cuello duro, que era parte de la camisa y luego se abrochaba a la corbata. Pero acá no se usaba eso. Les hizo poner trajes a los siervos y los cuellos duros venían con la corbata, porque no sabían hacerse el nudo.
Eran tiempos difíciles, pero hermosos. Donde es la capilla ahora, vivíamos nosotros. Era una casa y había un sitio grande. Entonces mi papá “punteaba” y hacía una quinta, porque era un modo de subsistir. Esa época fue difícil. En ese entonces venía el Evangelista Fattoni que era de La Boca, y se quedaba una semana para ayudar, mi mamá había quedado embarazada y sufría, adelgazaba, trabajo no había. Muchas complicaciones, muchas cosas difíciles. Venían a ayudar, y eso que no era fácil llegar a Salto. Venían en tren, tardaban 6 horas, tremendo. Pero también ese tiempo se superó. Venía uno de los tíos del amado Apóstol de Distrito Batista que era Pastor de Villa Atlántida, tenían dificultades, venían y se quedaban dos o tres días. Había un Diácono, Greco de apellido, que también venía y cocinaba. Todos colaboraban para que mis viejos se afirmaran y no les fuera tan difícil. Y fuimos superando las cosas. Cuando yo llegué no tenía ni diez años. Había un armonio y me dijeron: “por favor, tenés que aprender música, tenés que aprender a tocar el armonio”. Ahí empecé. Todavía “chapuseo”, pero bueno...

-¿Cómo pasó su niñez en este pueblo?
-No fue fea, porque la escuela estaba cerca. Ante el cambio, yo todavía era chica y los chicos antes éramos más adaptables. Yo ahora lo veo en mis nietos: “no, mamá, ¡no!”, en cambio antes decíamos todo que sí. Vinimos acá, y acá estábamos. Me fue bien en la escuela. Fueron pasando los años, me integré bastante y mucho en cosas de la Iglesia, porque es lo que nos movía. Después conocí a mi esposo. Fue lindo. Mis padres después de muchos años se volvieron a vivir a La Plata. Al tiempo mi papá se enfermó y viajé a La Plata unos días y yo le dije: “ay, papá ¿no se quieren venir a vivir a Salto? Sería tan lindo poder estar otra vez juntos”. Y dijo: “Es lo que más deseo, quedarme en Salto, morir en Salto”, porque él adoraba el lugar, aunque no fuera de acá. Después ya éramos una familia grande: estaba mi esposo, ya teníamos los chicos; mis hijos llegaron a tener un ministerio y para él era un orgullo, fue muy hermoso. Cuando él veía a sus nietos activar en el altar saltaba de la alegría.

-¿El secundario pudo hacerlo?
-No, porque mi mamá quedó embarazada y empezó a trabajar, porque hacía falta; con lo de mi papá sólo no alcanzaba. Entonces yo me tenía que ocupar de mi hermano, que tiene Síndrome de Down. Cuando nació no se habían dado cuenta, porque los médicos no eran como ahora tan avanzados, se dieron cuenta luego de tres meses. Caminó recién a los tres años y algo. Con todo, si lo conocieran ahora, es un rey. El Apóstol Bianchi una vez que vino -como nosotros vivíamos en la comuna entonces se quedaban con nosotros- le dijo: “Desde ahora sos un Subdiácono”, y esa palabra a él le quedó. Ahora es portero Subdiácono y no lo sacan de al lado de la cortina. Es un cielo para las cosas de la Iglesia, para dar palabras. Lo que no tiene del sentido material lo tiene en el sentido espiritual. Hay hermanas que lo toman de la mano y le piden que les dé una palabra.

-¿Qué trabajos tuvo acá en Salto?
-Entré a trabajar en una tienda, muy jovencita, creo que tenía 15 años. Como soy tan “charlatana” me iba bien, en un comercio se trabaja bien. Era muy lindo, los patrones muy amorosos, hasta ahora nos tratamos con la señora que quedó. Yo me he sentido feliz porque vivíamos en la capilla, después nosotros nos mudamos, se hizo la iglesia, hubo tiempos difíciles, muy difíciles. Con 5 hijos era muy difícil. Mi marido trabajaba de lo que había, de lo que podía y de lo que venía. A veces yo me acuerdo que hay un lugar donde hicieron una pileta y él como no había mucho trabajo estuvo construyéndola. Porque antes los trabajos eran muy duros, no eran como ahora que hay facilidad. Después se fueron a estudiar, había dos en La Plata y dos en Rosario, hacíamos algo que se acostumbraba mucho acá: poníamos cajas con mercadería y carne y partían hacia allí, para que tuvieran sustento. Después trabajaron. El que es médico comenzó a trabajar enseguida, el primer año venía a trabajar en una confitería acá de mozo, venía los viernes y se iba los lunes para poder subsistir. Pero encontró en Rosario unos siervos tan amorosos. Para los que estaban en La Plata fue más fácil porque yo tengo familia allí.

-Siendo un poco mayor, ¿pensó en irse de Salto?
-No, porque conocí a mi esposo a los 18 años y a los 20 me casé, ¡entonces qué me voy a mover! Ya estaba con mi compañero.

-¿Y cómo se conocieron?
-En un baile. A dos cuadras de la iglesia hay un club muy grande y antes se usaba mucho ir a los bailes, e íbamos todos: mi mamá, mi papá, mis suegros, todos. Todos en una mesa. Y en un baile lo conocí. Él estaba en la Marina, por el servicio militar. Lo conocí y después me iba a esperar, y yo decía: “ay no, por favor”, porque antiguamente teníamos mucho respeto por los padres, entonces yo decía por dentro mío: “si me llega a ver mi papá, me mata”. Además no era apostólico, y en ese entonces... Yo soy más “democrática”, mis yernos no son apostólicos, ninguno. Entonces pensaba: “¡Encima no va a la iglesia este muchacho, me van a matar!”. Después me animé y le dije. Él no me desaprobó nada, y me dijo: “Bueno, sería cuestión de probar”, y empezó a ir a los Oficios. Después fueron mis suegros, que fallecieron fieles, y al poquito tiempo recibió el ministerio de Subdiácono. Así comenzó.

-¿Qué fue lo que la cautivó de su esposo?
-¡Era muy buen mozo! Y sigue siendo muy buen mozo a pesar de sus más de 70.

-¿Cómo y cuándo decidieron casarse?
-Nos comprometimos al año, y a los dos años decidimos casarnos. Nos fuimos acomodando, encontramos dónde vivir, nuestros padres se pusieron de acuerdo. Mi suegra era muy amorosa y se ocupó de que todo estuviera lindo. Nos casamos en la “comunita”, fue el primer casamiento. Tengo algunas fotos que les voy a mostrar. Y se hizo una fiesta, porque había un patio atrás y nos fuimos todos para ahí. Después nos fuimos a Córdoba y cuando volvimos empezamos a transitar la vida.

-¿Cómo fueron esos primeros años de la familia cuando empezaron a llegar los hijos?
-Tampoco fue fácil. Nuestra hija mayor ahora va a cumplir 50 años, ella fue muy prematura, era muy chiquitita. Cabía en una caja de zapatos. El doctor la había envuelto en algodón y me dijo: “la vamos a tratar de mantener”. Todos los días iba al hospital para ver cuánto comía, cuántos gramos pesaba, y así la fuimos sacando adelante. Hoy es una mujer hermosa.
Vivíamos con nuestros suegros y después nos mudamos a la capilla cuando mis padres se fueron a La Plata. No fue fácil tampoco. Son cinco hijos y había que trabajar de lo que venía.

-¿Qué trabajos hizo don Horacio?
-De todo, de todo. ¡Pero de todo! Es un hombre que ha hecho tantos trabajos... por eso a veces hay que hacer cositas acá en casa y yo digo: “qué suerte que las sabe hacer”. Aprendió a subir al techo y arreglarlo, si hay que arreglar una luz, la arregla, si hay que conectar un televisor lo hace. Sabe de todo porque la vida se lo enseñó. Ya te digo, hacía trabajos muy duros y trabajos muy buenos. Después últimamente tuvo un trabajo bueno en una cooperativa y como tenía unos años aportados entonces se pudo jubilar pronto. Muchos se preguntaban cómo había hecho. Yo decía para mí que había sido el Señor. Después me pude jubilar yo. Yo tenía unos años de aporte, y acá estamos, los dos jubilados.

-¿Cómo conocieron la Iglesia sus padres?
-Eran tiempos difíciles. En el año 42 y 43, vivíamos en La Plata, porque mis abuelos, mis tíos, todos son de ahí. Y mi papá se fue a vivir a Lanús en casa de una prima que lo alojó, como pensionado, y empezó a estudiar corte y confección para sastre. Se fue mi papá y después mi mamá. Da la casualidad que esa prima tenía una casa muy grande y en la parte de adelante alquilaba el salón para la comunidad de Villa Atlántida (mi prima era apostólica). Lo invitó y empezó a ir, era el 1942, yo tenía más o menos un año y algo, hasta me acuerdo la calle donde vivíamos, cerquita de la capilla. Mi papá tenía un tallercito en la calle Chaco, de Lanús. Ahí comenzó con la Obra y empezó a ir a la comunidad de Villa Atlántida, como se usaba antes: en dos piezas, que las abrían y hacían la comuna. Era un trabajo intenso de los siervos. Yo me acuerdo cuando tenían que cruzar esa calle Pavón toda inundada, “a babucha”, porque tenían que dar el sermón. Por eso en Lanús hay tantas iglesias ahora, porque claro, fue muy hermoso cuando se inició, un trabajo muy arduo de los siervos.

-¿Se acuerda cosas de la comunidad? ¿Podía ayudar en algo?
-Sí, mi papá me llevaba al sermón de niños. Había unos siervos muy hermosos. Me acuerdo que mi mamá me hacía polleras y blusas blancas, porque siempre estábamos vestidos así.

-¿El sermón de niños qué era? ¿como una escuela dominical?
-Sí, era la escuela dominical, muy hermosa. Por el hecho de que ahí aprendimos mucho. Yo me acuerdo que después con mis hijos teníamos un librito especial, “La profesión de la Fe”, “Los mandamientos”, los tengo bien marcados, porque antes los aprendíamos mucho, no estábamos faltos. Antes nos enseñaban los diez mandamientos y están ahí marcados a fuego, muy compenetrados. Hace poquito tuvimos el credo que vino con unos pocos cambios, pero lo sabíamos desde antes y lo decíamos de memoria. Antes para confirmarnos todas esas cosas las teníamos que saber bien. Yo me confirmé acá, a mí me confirmó el Apóstol Glessman. Porque los Apóstoles venían todos a la iglesia y después venían a mi casa. Me acuerdo que la primera vez que vino un Apóstol a casa fue Toplisek. Era un alemán grandote, un hombre enorme y adonde vivíamos, que era la comunita, entre un cuarto y otro había unas puertitas bajas. Él fue a pasar y “pum” en la cabeza, antes del Servicio Divino. Cuando venían eran siete u ocho Evangelistas, Prelados, Primeros Pastores, Pastores, impresionante. Y cuando estaba el anuncio de que iba a venir el Apóstol acá eran tan pobres los hermanos, tan humildes, que los chiquitos algunos no tenían ni zapatillas, y mi mamá sabía confeccionar ropa (al tener a mi papá sastre) entonces les había hecho guardapolvos. O sea que los primeros dos bancos eran todos chiquitos vestidos con guardapolvos, porque otra cosa no se podía hacer para que el Apóstol tuviera una presentación hermosa.

-¿Cuáles fueron sus sensaciones cuando le dijeron que se iban a Salto?
-No me acuerdo de eso. Lo único que me acuerdo es que cuando llegamos era inhóspito, la estación era todo polvo de ladrillo, hasta en la comuna había. Bajamos del tren, llegamos un poco temprano, y mi papá sentía el silbato del tren desde la capilla, porque había que cruzar sólo unos terrenos. El tren había llegado antes y no sabíamos dónde ir: yo, mi mamá y mi hermano chiquito en brazos de mi mamá. Se acercó una persona y ella le preguntó. “Estoy esperando a mi esposo, pero ustedes no lo deben conocer porque hace poquito que vinimos a vivir acá”. “¿Y no conoce a nadie?”. “Sí”, dice mi mamá. Yo le nombro a unos hermanos, de esas cosas que se me ocurrían. “Ah sí, sí, ahora lo vamos a buscar”, le dijeron. Entonces (siempre mi mamá lo contaba y se reía) fue este señor y cuando llegó a la casa, dijo a ese hombre: “Allá en la estación de tren hay una señora con dos chicos que te están esperando”. La esposa se lo quería comer. Hasta que después aclararon que era la esposa del Pastor que había venido, y bueno, se solucionó.
Siempre me acuerdo de eso porque la esposa, fue muy buena con mi mamá, la ayudó muchísimo. Llegamos y nos recibió ese Diácono, que era amorosísimo.

-¿Cómo fue ir a vivir allí, en la comunidad misma?
-Los fines de semana venían siervos y hacíamos todo. Preparábamos las hostias para la Santa Cena, el altar, limpiábamos, todo. Nosotros aprendimos porque mi papá y mi mamá nos enseñaban. Mi mamá era muy cuidadosa con la limpieza para mantener esa casa, enorme, preparada para todos los fines de semana que venían los siervos. Tal es así que aprendió a cocinar. Me acuerdo que cuando vino el Apóstol Glessman, mi hermano era chico, tendría meses, y el Apóstol lo miró y le dijo a mi mamá: “¿Te parece que va a ser demasiada cruz esto?” y ella le dijo: “No, para nada”. Entonces él le dijo: “bueno, va a ser tu bastón de apoyo”. Y lo fue hasta que mi mamá se fue, hace ahora seis años. Tenía 90 años, y mi hermano ahora tiene 60. Nosotros siempre le decimos que nos vamos a “aferrar a sus pies” cuando nos vayamos, porque él va a subir y nosotros no sabemos. Es un ser muy especial.

-¿Cuáles eran las tareas que más le gustaba hacer en la comunidad?
-¡El coro! Tocar el armonio, que lo hago hasta ahora, y cantar. Yo vivo cantando. A veces lo aburro a mi marido. Voy a un centro de jubilados y tengo un coro de jubilados. Son todas señoras grandes y señores, todos de alrededor de 80 años, algunos de mi edad (porque yo no soy mucho más joven). Y cantamos, porque cantar es lo más hermoso. Nosotros tenemos un Pastor muy amoroso que tuvo problemas de salud muy graves, y entonces lo llevábamos a Carmen de Areco todos los domingos. Empezamos a ir como no queriendo, pero luego empezamos a conectarnos con los hermanos y con el coro, y ahora vamos todos los sábados y los domingos. Desde ya que ellos van a ayudar, porque los siervos son todos de lejos, y yo empecé con el coro. Me sentí muy bien porque son unos hermanos súper amorosos. Suena lindo. Los siervos están muy felices y yo me quedo, aunque me reniegan un poco acá en Salto (porque los miércoles estoy en Salto y los domingos en Carmen de Areco): “¿Y cuándo vas a venir, cuándo te vas a quedar? Te necesitamos”. -¡Ay pero estoy tan bien en Carmen!

-El actual Apóstol de Distrito venía a atender la comunidad aquí...
-Sí, me acuerdo porque él tiene una prédica tan hermosa que uno no puede olvidar partes del sermón que él daba. Tan preciosa, tan dulce, tiene un modo de ser tan especial. Y venía, cenaba con nosotros. Muy hermoso para tratarlo, siempre nos trató prácticamente como si fuese de la familia. Cuando va a Rosario entra a la sacristía y saluda a todos los siervos, pero a mi hijo Néstor (que mide 1.95 metros) lo abraza, le tiene un afecto especial, le pregunta por nosotros, y allá en Rosario le dicen: “¿Vos qué tenés con el Apóstol?”, lo cargan porque tiene ese modo especial con él. Y así pasa con todos. Susana, que es la más chica (hija) lo encontró en la iglesia Palermo, pasaron al altar a saludar y (aunque no le gusta porque ella no acostumbra, yo soy más “caradura” para decir las cosas), ella se acercó al Apóstol y le dijo: “Usted es parte de mi niñez”. Y él le dijo: “Manzelli”, porque son muy parecidos. Entonces nos mandó muchos saludos y muchos cariños. Hace poquito estuvo y pudimos compartir una cena muy hermosa, y le dije que en mayo cumpliríamos 50 años de casados y le pregunté si podría venir, me dijo que quizás. Cuando nos íbamos después del Oficio, saludamos, estaba al lado de nuestro Anciano y yo le digo: “mire que yo tomé su palabra”. “Sí, vengo”, me dijo, y ahora todos me cargan y me dicen: “¿Vos qué le dijiste?”, -Yo no le dije nada.

-¿Podía dar testimonio a sus vecinos? ¿Cómo era esa tarea?
-Sí, los vecinos de la capilla muchos no aceptaron. A mí me interesa que los hermanos puedan estar fieles, yo voy al coro y los saludo y les pregunto si están bien, si están contentos, si son felices, porque eso es lo más importante que podemos hacer. Lo hacemos siempre con alegría, quiero que todos estén felices, no hay que cansarse de orar porque en un momento dado Dios permite que estemos bien. A veces me tengo que cuidar porque no todos lo toman bien. Mi hermano también siempre está cerca de las almas dándoles una palabra de fuerza y aliento. El que lo comprende lo tiene como muy especial, porque es un alma muy especial.

-¿Cuáles son sus actividades hoy en día?
-Hoy todavía sigo tocando el armonio, algún día me van a decir: “¡basta, deje de aporrearlo!”. Los miércoles acá y los domingos en Carmen de Areco. O si no, dirijo el coro de Carmen de Areco. Tengo el coro de jubilados y todo lo que sea cantar me gusta.

-¿Recuerda alguna experiencia de fe para compartir?
-Experiencias de fe muchas. El Señor nos ha sacado de la “fosa de los leones” muchas veces, muchas. En sí una muy especial no tengo.

-¿Se acuerda de algún evento que hayan hecho en la comunidad o alguna anécdota graciosa para compartir?
-Es probable...ya voy a ir pensando. Cosas lindas siempre hubo. Hablando de mi hermano, que yo lo adoro, está siempre atrás de la cortina y a veces los Diáconos están ahí y el Pastor llama a un Diácono entonces el Pastor pregunta: “no sé si estará el Diácono tal”, y ahí se hace un silencio y mi hermano dice: “¡sí sí, está acá!”.

-¿Cuáles son sus himnos preferidos?
-Hoy estuve nombrando uno que me llega mucho y es: “Mi vida sin tu obra” (HR 22). Después, volviendo atrás, cuando mi mamá se venía a Buenos Aires -mi papá ya se había venido-, fuimos a casa de la familia Montefusco que eran vecinos nuestros. Vivían todos en la misma cuadra. Como mi mamá se venía hicieron una reunión para despedirla y le cantaron: “Dios cuidará de ti” (HR 94). Cuando ella falleció yo pedí cantar ese himno cuando despedíamos el féretro, porque Dios la había cuidado hasta ese momento, a pesar de todo. Ustedes se pueden hacer una idea de lo que era 60 años atrás un pueblito. Y cuando falleció tenía Alzheimer, no muy declarado, pero hacía cosas como cualquier viejito. Sin embargo iban los siervos a orar el Padre Nuestro, ella estaba conmigo, en un geriátrico, y lo rezaba perfecto. Del Padre Nuestro no se olvidaba y de ese himno tampoco, lo cantaba todo. El Alzheimer saca la memoria, pero ella eso lo tenía como bastión de apoyo.

-Y para sus Bodas de oro, si le regalan un canto ¿cuál elige?
Un amado Pastor que tengo me decía: “¿qué elegiste? ¿Cuál te gusta?”, y le dije: “No me apartes de tu gracia, hazme digno” (HR 82). Es una oración, ese himno quiero.

-¿Le queda algún sueño por cumplir dentro de la Iglesia?
-No, en este momento no. Porque lo que digo siempre es lo que pueda hacer dentro del coro, de enseñar himnos que les gusten. En Carmen de Areco hay un Pastor que tiene una voz hermosa y está a cargo del coro y a veces cuando vamos en el auto voy pensando en un himno y en qué lindo es y cuando llego le digo: “Querido Pastor pensé en un himno”, y me dice “A que es el mismo que yo pensé”. Tenemos una concordancia hermosa. Y el coro de acá lindo, ahora hay un Diácono y lo está llevando muy bien. Pero no, no tengo más aspiraciones. Yo pienso que, como dice otro de nuestros himnos, también para mí “ya todo está cumplido”.

-¿Qué significa la Iglesia y el amado Dios en su vida?
-Eso no es difícil. Fue mi vida. Yo me muevo a raíz de eso, vivo feliz cuando mi hijo me llama (porque el más chico es muy compinche conmigo y todos los domingos después del sermón cuando se desocupa me llama), y me dice: “¿Cómo estás, mamá? ¿Cómo está tu capilla? Hoy progresamos, hubo tantos...”. Yo vuelvo a vivir. “Qué lindo”, le digo. Y siempre le deseo lo mejor. Tuvo mucha suerte porque se casó con una hermanita que no era apostólica, pero la invitó a ir a la Iglesia y le gustó, es médica también y ahora dirige el coro de la comunita de ellos, es un amor de nuera. Mi nieta tiene 13 años, toca el violín para la Orquesta de la Iglesia y los otros nietos también colaboran. Quizás hay cosas que no las entienden, claro, a los 17, 16, 15 años, cuesta, al joven le debe costar mucho ordenar su vida a la vida de la Iglesia, porque antes era diferente, éramos, no sojuzgados pero sí muy obedientes, y ahora no es así. Yo tengo 12 nietos varones, hay dos en Rosario que son los mayores, ellos no van a la capilla, y siempre les ando atrás porque son los que más necesitan que ore por ellos. El más chico estudia para Chef y después viene la barra de los más chicos que viven en La Plata, hay 6 que viven allá y los padres son apostólicos. Pero debe costarles igual: mi hija, tres varones: 17, 15 y 11 años. “¿Fueron a la capilla?”. “Sí abuela, ya estamos activando”, me dicen, y todos tienen traje negro. Para mis bodas de oro ya les dije: “todos de traje negro” y ellos respondieron: “Sí sí sí, ya los tenemos”.

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