“El canto sale del alma” - Entrevista al Pastor e.d. José Crea

Miércoles 27/04/2011

¿Cuántos años tiene?
Yo tengo 86 años, pronto 87. Y vengo cantando desde los 16. Comencé a estudiar a los 7 y sigo estudiando, sigo investigando, pero no es una cuestión de docencia, sino de pasión. La mejor expresión que tiene el ser humano sobre la tierra para relajarse es el canto.


¿Cuándo conoció la Iglesia Nueva Apostólica? ¿Cómo comenzó su colaboración en el coro?
Yo tuve la dicha de conocer el apostolado al poco tiempo que llegué de Italia. Fue en la iglesia Lomas de Zamora (Buenos Aires). Era la época en que se ofrendaba en un sobre. Una vez puse una notita ofreciéndome para “el corito de Lomas de Zamora”. Eso fue un domingo; el miércoles estaba el Evangelista Nave, en Lomas. Yo le dije que no venía a dirigir el coro, sino a ayudar para que pudieran cantar mejor. Me agradeció, y después conocí a “Vicentito” [Vicente Graziano].
Comenzamos a trabajar de un lado a otro, a componer cantos. ¿Y dónde lo hacíamos? Cuando bajaba el Río de la Plata, en la playa de Punta Lara, eso era como si fuera un mármol. ¡Ahí fue que empezamos a marcar el pentagrama! Aparecía la idea de uno, de otro. Todo lo que hemos hecho en nuestro tiempo, no era improvisado. Vicentito es un buen músico, tiene una calidad especial en su componer, un gran sentimiento. Hay que conocerlo muy, muy bien para ver que es un niño de veras.
Yo he estado en el Noroeste argentino con el amado Apóstol Marton. De ahí a la zona de Entre Ríos. Se han formado coros en una zona donde había 53° C de calor...

Tenemos entendido que también colaboraba el Pastor Dasso
Sí, nunca he conocido un músico con la capacidad musical del Pastor Dasso. Fue un buen pianista, de tango, en su tiempo. Él también al conocer el apostolado se retira de la actividad artística. El que más ha hecho para esa linda composición y la armonía de nuestros cantos, es Dasso. Nosotros buscamos siempre la melodía, pero toda la adaptación de la composición de cada voz, ese era un trabajo especial de él.
Después cuando se forma el coro general en la iglesia central aparece Carlos De Bernardi, Alberto Mazza... un grupo muy lindo, cada uno aportaba lo suyo.

¿Qué hace falta para cantar?
Si no se tiene voz no se canta, por más que se pretenda hacer el estudio del canto lo primero es la voz, y después, cómo hacerla funcionar en cada uno. Ahora parece que son todos profesionales y comienzan a cantar, pero no saben cómo utilizar la voz. Entonces llega el momento que comienzan las disfunciones, la consecuencia de ciertas emisiones. Pasan los treinta años y entra en una etapa distinta, y todo esto no se toma en cuenta. Así se pierden muchas voces.
En la época de la “muda”, el niño no tiene que cantar. Cuando termina la muda, la voz del niño se torna una voz grave, porque pasa de la voz de niño a la voz del adulto. Tampoco puede comenzar a estudiar sino a partir de los 16 años, cuando ya metabólicamente todo su organismo responde, y surgen voces maravillosas que no se pierden nunca.
Entonces, ¿qué hacemos con los jóvenes? Es muy simple: enseñanza musical, esa es la edad. Porque si lo hacemos cantar no es que odiará la música, sino que la rechazará. En cambio esos estudios musicales que hoy están haciendo nuestros niños es muy importante, mucho más importante que preocuparse de la voz de ellos, porque todavía no está formada. Ellos mismos cuando tienen una buena base musical comienzan a despertar su entusiasmo. Así es la música.
Lo que nos falta, y no es difícil, yo creo que en poco tiempo, cuanto mucho seis meses, podríamos tener, es buenos maestros de técnica vocal. Porque si no enseñan cómo utilizar la voz, por más voz linda que se tenga, se cansa, provoca hiatos, provoca bozos nodulares, provoca hernia hiatal, úlcera de contacto. Hay un montón de factores para evitar eso, para que el hermano se sienta cómodo para cantar.

Para los niños, ¿los cantos se transportan?
Un canto para chicos está hecho para “sopraninos”. El niño, antes de la muda, es un niño con voz de mujer. De ahí la formación de coro, sopranino y contralto; no hay barítonos y bajos. Cuando viene el período de la muda, metabólicamente hay un vuelco de 180 grados. Aparece lo que llamamos vulgarmente “la edad del pavo”, porque quiere dar una nota arriba y se le corta, quiere agarrar una nota abajo y se le corta. No es pavo por tonto, sino que el pavo, en su estructura, no tiene una musculatura vocálica como otros animales que mantienen el sonido. Se le corta. En ese período el chico no tiene que cantar, tiene que aprender música. Lo principal, lo más fundamental, es la buena capacidad respiratoria.
Cuando usted conduce un auto, si quiere ir más rápido acelera: está ingresando mayor cantidad de combustible, aumenta la velocidad incrementando la combustión. Eso mismo pasa con el canto: si usted quiere darle más intensidad, más amplitud, tiene que regularlo con el aire. Y no con dureza ni haciendo mueca alguna. Es lo que se llama técnica de foniatría, para hablar, porque la voz cantada es la continuación de la voz hablada. Nosotros no hacemos pausa para respirar, vivimos tranquilamente y sin darnos cuenta respiramos, masticamos, hablamos. Para el canto hace falta un entrenamiento para lograr hacer eso, pero con una resistencia y una aptitud de sonido que no se le exige a la voz hablada. Pero es mucho mas fácil de lo que algunos se creen. Con el espirómetro, regulamos qué capacidad pulmonar tiene el individuo, qué resistencia. Y sin necesidad de ninguna fuerza lo va regulando como si fuera un acelerador, y le da más o le da menos cuando quiere cambiar la intensidad de su voz.

Pero eso es fácil, yo insisto: en seis meses, se puede tener hermanos capacitados. Sólo que se necesitan condiciones especiales, no es sólo cuestión de teoría, sino también de practica, de ejemplo. Con ejemplo se enseña. Entonces, ¿cómo lo hago? Como lo hago yo. Si a mí me resulta, vos tenés que aprenderlo, nada más. De otra manera pesa la imaginación y esto no es imaginación, es realidad, es vital. No podemos imaginar, porque podemos tener un grupo de mil voces, les vamos a hacer cantar una sola nota, un solo tono, a todos parejo, pero a mil voces es distinta. Es el brillo, el sonido, el colorido de la formación. Eso es composición. Componer es armar distintos colores, como lo hace la flor, como lo hace el pintor. Y el color de las voces en un grupo forma una armonía impresionante. Con la misma nota. Ahí uno dice, ¿cuál es la diferencia? Es lo formante del individuo. Si nosotros lo medimos en cada uno anatómicamente son distintos, y si queremos adaptar la resonancia tenemos que utilizar nuestro formante de sonido, pero no alterando los movimientos naturales. Utilizamos la respiración vital, y eso yo creo que es más fácil que la tabla de Pitágoras.

A veces se dice que “es más fácil cantar bien que cantar mal”
Cuando se canta mal, se está sufriendo, porque se está aplicando una emisión que no corresponde a las condiciones naturales. Hay que medir toda la cavidad de resonancia que tenemos a nivel glotis. Todo el mundo cree que se canta con la garganta... y cantamos con el cerebro. La garganta responde a la señal. Para eso necesita un buen oído musical, una memoria musical. Después, si no tiene conocimientos musicales, pero no desafina, conoce la altura y la sigue porque tiene la melodía en la cabeza.

Si por ejemplo alguien dice: yo quiero entrar al coro, pero no tengo oído, ¿eso puede ser así?
Bueno, se puede. El “no tengo oído” hay que analizarlo, hacer unos estudios, probarlo con ejercicios, tratando de ver si cuando “ataca” el oído interno le está respondiendo, es decir, si lo que le está dando el estímulo del sonido lo percibe. Si no tiene oído musical, no puede cantar, por más linda voz que tenga. Porque no sabe orientar el sonido que acaba de escuchar. Yo he tenido como alumno un cantante con una extensión vocal impresionante. Pero no es que desafinara, o se fuera de tono, sino porque estaba imaginando otra cosa, no lo que corresponde. Era un médico, y le decía “lo que te falta es esto, esto y esto”. Él decía: sí, yo lo sé, pero yo quiero aprender. Pero no tenía memoria musical, no estaba ordenada musicalmente su cabeza.
Puede haber varios caminos antes de decidir qué pasa con una voz. Primero probarlo con vocalizaciones, etc. Si todos esos saltos los mantiene en la memoria como uno por uno, dos por dos, cuatro por cuatro, llegamos a los conocimientos mayores. Si responde en este análisis, el resto tiene que aprender. El buen jugador de fútbol practica en los potreros, y ahí van, lo ven y según los movimientos que hace dicen: ahora te pongo a jugar acá. Hay que probarlo... La voz, para saber qué capacidad tiene necesita no menos de tres meses de estudio y de técnica vocales. Como para decir hasta ahí alcanza, hasta acá no podés hacer más nada. Es el estudio del registro, de la tesitura. Ahí se prueba el oído musical, hay mucho para hacer y son cosas sencillas.
¿Qué se necesita para hacer el pan? Harina, agua, levadura y sal. ¡Eso es el canto! Para todo el mundo, esté donde esté, pan, harina, levadura y sal: aire, instrumento y memoria musical. Porque la música no está en las academias, la música está en la memoria del hombre.
Yo no entiendo cómo permiten esos deportes en que se golpean la cabeza como si golpearan a un cascote, y anulan las posibilidades y la inteligencia del hombre, solamente por una competencia animalesca. Hay muchas cosas que no se tendrían que hacer para no molestar y dañar todo lo que es el mundo del hombre, la cabeza. Hoy los chicos, especialmente, al no tener las cosas de chicos porque la mamá está ocupada, el papá está ocupado, entonces en la casa no practican las artes, la música, la ciencia. Nos hemos acostumbrado inclusive a la “chatarra”, porque no es la comida que hacía mamá, la nona, el tío. Se pierde todo eso, se pierden las emociones y el estímulo de sentimientos. Cuando el chico canta, está cantando a su manera. Y si canta bien, en lugar de decir: “qué linda vocecita que tenés”, ¡póngalo a estudiar! Hoy nosotros necesitaríamos escuelas de técnica y ciencias musicales, hacerles conocer todos los instrumentos.

¿Usted empezó a cantar a los 16 años?
Profesionalmente, sí.

O sea que de más niño ya cantaba...
Desde el jardín yo era el abanderado, no por ser el mejor alumno, sino por ser el que tenía más linda voz. Iniciábamos el canto antes de la clase, y la batuta era yo. El maestro me decía: ¡ya, José! Y venían todos.
En todas partes, hasta inclusive en los refugios de guerra, se cantaba. Yo cantaba mientras afuera tiraban bombas... He estado cinco o seis años en Nápoles, una ciudad de canto. Y yo he cantado siempre, de chiquito. Cuando comencé a estudiar música, mamá me compró una mandolina, y con la gente mayor hacíamos serenatas. Yo tenía apenas trece años. Es decir, el canto para mí no es una vocación que apareció, nació conmigo. Yo canto siempre, no hay que esperar que me digan. Tenemos un canto que dice “Si estás contento, canta himnos, y si estás triste canta también”. Eso hace bien al alma de veras. No sólo a los apostólicos, a todo el mundo. Todo el que canta es un ser feliz, porque el canto no viene de la academia, sale del alma.
Cuando uno pretende hacer las cosas profesionalmente sí tiene que formarse, para no quedarse en el camino. Pero hay un montón de cosas muy elementales como para que el hombre sea feliz toda su vida.

¿Podría contarnos algo de su infancia, de su familia y su llegada a la Argentina?
Yo nací en Calabria, vine a la Argentina a los 24 años, en el año 1948. Me encontré con un mundo raro, no me hallaba... La verdad a mí me confirmó en esta tierra el apostolado. Yo extrañaba mis cosas allá. Cuando vine, continué los estudios. Mi hermano tenía su industria, mi padre tenía su industria, y yo puse mi industria, de petroquímica. Al mismo tiempo estaba revalidando mis estudios en la escuela de ópera del Teatro Colón. Llegué acá un martes y el jueves ya estaba trabajando.
He hecho mucho acá en esta tierra, pero lo que a mí me entusiasmaba era la familia y cuando conocí el apostolado con más razón todavía. Comencé a encontrarme con gente que pensaba como yo y que no, pero que estábamos en el mismo espíritu.
Nosotros somos una familia de artistas. Un primo hermano mío fue el primer concertino de Toscanini; yo, músico y cantante; mi hermano, escultor. Hay obras de mi hermano en el museo del Vaticano, lo que pasa que nosotros no hacemos publicidad de lo nuestro, lo conoce la familia. Hay obras de arte de mi hermano por todas partes. Era un gran cristiano. Porque nosotros fuimos una familia de católicos, todas las demás cosas no se conocían.
Yo ahora estoy atendiendo una casa de mi hermana, se murió ella, se murió el marido, se murió la hija. Y veía las cosas que hacía: estas flores [señala] no son naturales, son arte de mi hermana, ese volado, ahí arriba con un arpa, es arte de mi otra hermana, premiado siete veces. Ella era monja, y hacía exposiciones. Premiaron siempre a este cuadro por la prolijidad, ¡bordado a mano! Es decir, tenemos ciertas vocaciones por generaciones, que salen solas. Nosotros no hemos ido a aprender cosas porque nos gustaban, salen de nosotros. Y es de ahí de donde viene siempre el agrado y la ofrenda. Yo aun mis dolores de artrosis se los ofrendo al amado Dios, si no tendría que estar tirado. Pienso: “Mirá, a otro le duele todo y no se puede mover, vos todavía te movés, todavía te tienen que decir: quedate tranquilo, no estás un momento sentado”.
Esta es la credencial de cuando entré en el teatro Colón. Conservo una foto donde me hacen un homenaje, cuando yo me retiro: cuarenta y cuatro años de vida en el teatro Colón. (…) Me han venido a buscar muchísimos, para hacer esto, para hacer el otro, para dirigir acá, para dirigir allá. Aquí vienen a estudiar grandes profesionales. Pero yo no he nacido para dirigir y para hacerme público.

¿Actualmente sigue trabajando?
Sí, sí, trabajo acá, en mi estudio. Mientras viva... Hoy comemos, y estamos bien, pero si estamos vivos mañana tenemos que comer también. Mientras uno viva no puede decir: esto no lo voy a hacer más. Todo lo que estoy haciendo de vocación docente, otro no lo puede hacer, porque no tiene la experiencia y los conocimientos. Si necesitan algún consejo, se los doy. A la gente que quieran que aprenda y conozca, les doy no sólo el concepto sino cómo tienen que hacer, las indicaciones.
Me interesa cuando aparece una hermanita que por ejemplo tiene un problema de disfunciones vocales, por cansancio vocal... la ponemos en orden nuevamente ¿y quién lo sabe? Dios lo sabe. Entonces esa hermanita cuando va frente a Dios, está orando; no es que se olvidó, se acuerda. Y el amado Dios nos bendice, a ella y a mí. Ahora, si yo dejo de hacerlo, el amado Dios tiene derecho a reclamarme también. Yo no lo estoy haciendo para ganar dinero. Cuando viene un alma necesitada, todos reciben testimonio. Les digo: ustedes a la mañana cuando se encuentran con la familia, al primero que ven le dicen: “Hola pa’, buen día, ¿cómo te va?”. Pero ¿alguna vez se acordaron de decirle: buen día, Dios mío, gracias por haberme permitido llegar a este momento? Se sorprenden solamente cuando uno dice que a la mañana saludamos al amado Dios. Y tengo componentes de coros que por haberlo escuchado, lo hacen ahora ellos en la familia. Más de una vez me dicen: “¿Puedo ir? ¿dónde es?”. Es tal lugar, andá y decile: yo vengo de parte de fulano de tal. No es sembrar Biblia, no es sembrar religión, es sembrar una verdad...

¿Usted con el Pastor Franco tenía vinculación?
Sí, sí, hasta el punto que alguna vez hemos discutido alguna cosa sobre los armonios. Había un armonio que acá sonaba bien, allí sonaba mal; nos exigíamos mutuamente, y él también estuvo en coro conmigo.
Yo comencé en el distrito de Fattoni (Prelado) en Lomas; de Lomas pasé a Turdera, de ahí pasé a Longchamps, luego a Flores; de Flores pasé a Herman Hanni y de allí al noroeste argentino, durante los años del Apóstol Marton. Yo no iba a otra iglesia por ir, he hecho un trabajo en cada zona.

¿A la hermana Regina Leyes la conoció también?
Ha sido y es un ejemplo de hermana, en el coro, por su humildad, por condiciones, por capacidad, por sacrificio. Si tuviera que poner sobre ella cualidades, no por magnánimo, pero las tiene todas. Es una muy buena sierva de Dios, muy buena hija de Dios, y todo lo que hace, lo hace con vocación y sentimiento. Y esa vocecita usted tendría que haberla escuchado, en el año ’58, ’59. Una belleza. Esos son dones del cielo. Si usted no la ve, la escucha, y sabe que es ella. Porque la identifica su voz. Si alguien no la conoce y la escucha por primera vez, le puede llegar a dar treinta años, veinte, o cuarenta. Ella es hija de un gran Pastor.
La época en que comenzamos a trabajar juntos con esta hermanita y con Vicentito, era una época de mucho rigor. Los siervos iban a la casa y había un gran problema: ese gran problema no era la palabra suave, eran palabras fuertes, de disciplina espiritual.

Le cuento algo que me pasó. Yo tenía en ese entonces un Fiat Topolino, convertible. Un Fiat 500. Venía del teatro y pasaba a buscar al Pastor Picchi (padre del hoy Apóstol Picchi), en Avellaneda, para ir a Lomas y Monte Grande de testimonio. Teníamos que ir adonde hoy le llaman Villa Rita. Ahí la policía andaba de a caballo. Nos paran a nosotros que veníamos con el auto, bien vestidos: “¿De dónde vienen, quiénes son?”. Nos hacen bajar del auto, poner las manos sobre el capot. “Nosotros somos de la Iglesia Nueva Apostólica”. Luego se disculparon; pero mientras nos íbamos, el que mandaba en ese movimiento (quien estaba a cargo del operativo policial) dice: “a ver, a ver, quiero ver cómo se va a meter usted adentro, grandote”. Porque el Topolino era un auto chiquito y el Pastor Picchi era alto, teníamos que hacer una maniobra: él entraba primero, se agachaba y se apoyaba en el respaldo. “¡Esto sí que es un milagro de Dios!” –dice el vigilante.

Después hemos trabajado en lugares donde había matreros, Uribelarrea. En Lomas de Zamora, que fue siempre una iglesia de centro, de orientación, de apertura de comunas y de iglesias. Recuerdo un médico que conoció el apostolado en Uribelarrea. Dijo: yo ofrezco mi casa. Y hacíamos reuniones donde tenía el consultorio: atendía de día y cuando íbamos nosotros era la “capillita”. Ha habido una gran colaboración siempre. Pero no eran estos tiempos, eran tiempos de mucho rigor. No del rigor peyorativo, sino que la disciplina y la conducta del siervo eran más que exigidas, eran ordenadas, pero estábamos nosotros a las órdenes de la palabra, y viniera quien viniera. Eran todos empleados de Segba, de Obras Sanitarias, empleados municipales. En Villa Dominico, yo trabajaba hasta las ocho de la noche, y cuando venía, estaba el Pastor Salerno y éramos los dos únicos que veníamos siete y media, ocho de la noche, del trabajo, así que salíamos siempre juntos.

¿En que año entró al teatro, entonces?
Yo entro en el año ‘53, para revalidar los estudios de ópera en el teatro Colón. Después hubo un concurso; había una vacante para barítono y 33 postulantes. Me presento y la gano.

A mí la Obra me ayudó mucho especialmente en modelar mi carácter, nos cambia totalmente. Mire, yo de jovencito me he comido las hostias de la iglesia, que estaban en una cajita especial. Yo era monaguillo, ¡y tenía hambre! No tenía qué comer. Sabía que adentro había un tanto así de hostias. Cuando se enteraron me echaron. Mi madre quería que fuera sacerdote. Estuve 11 años y once meses en el seminario, y me echaron, porque yo no estaba de acuerdo.
También me echaban porque sacaba de un lugar donde había bizcochos caseros: es costumbre de los italianos, especialmente de los calabreses, hacer cosas y llevarlo de regalo a la “madonna”; yo iba y me lo comía. Tenía hambre.
Tuve también que dormir con la cabeza sobre cadáveres. Si me hacía ver y me movía, me mataban. Nosotros tuvimos en Italia, con la guerra, a los alemanes, a los ingleses, a los norteamericanos, a los congoleños, al régimen de Montgomery, todo pasó por Italia en la última guerra. En eso estaba yo metido, en Calabria, Reggio Calabria, de Laureana di Borello son 35 kilómetros.
Mi primer maestro de música fue Francesco Cherea, el gran músico autor de grandes óperas.
Mi padre de noche iba a la trinchera y tomaba a los soldados italianos heridos, los cargaba al hombro. Le salvó la vida a docenas de personas. Por eso tuvo una medalla al mérito.
Un hermano de mi padre se vino a la Argentina, era un gran fabricante de zapatos de estilo, era por la zona de Caballito. Ese hermano trajo a mi padre acá, y mi padre trae a otro hermano para que no lo atrape la guerra. Yo vine veinte años después de que vino mi padre. Cuando papá me vio, me dijo: ¿De qué puedo hablar con vos, qué te puedo decir? Yo no estuve allí, vos estuviste, vos la pasaste, vos renuncias a lo tuyo de allá para venir acá.
Llegué el martes y el jueves ya estaba trabajando en la fábrica de mi hermano. Me estaban dando tiempo para ver qué pensaba hacer. Nunca me han dicho: “esto te conviene hacerlo, esto no”, sino “buscá lo que querés hacer y contá con nosotros”. Después conocí el apostolado... yo antes de conocerlo me iba a llorar a la costanera... Tengo motivos para hablar de Dios, no anécdotas.

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