“Carta Pan” - Abril de 2014

Miércoles 23/04/2014

Extraído de un Servicio Divino realizado por el Apóstol Carlos Milioto.


Texto bíblico:
“He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis.” (Malaquías 3: parte del vers. 1)



Mis amados hermanos, hermanas e invitados, en primer lugar comparto con ustedes los saludos de nuestro Apóstol de Distrito. Esta palabra que hemos escogido viene del Apóstol Mayor. Pertenece al último de los libros de los llamados “profetas menores”. No profetas menores porque hayan tenido menos poder o precisión, sino porque son más pequeños sus libros.
Aquí está precisando y está hablando de lo que acontecería cientos de años después. Está referido al Mesías. Tanto los evangelistas como el propio Señor Jesús luego definirán que ese mensajero del que habla el texto, no es otro que Juan el Bautista. Así que esta profecía no está referida sólo al Señor, de quien se dice “luego vendrá al templo”, sino que está referida también a Juan el Bautista.

Nosotros tendríamos que comenzar con algo atípico: con la última palabra.
“He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis”.
Es decir, el Señor tendrá que ser buscado. Y tendríamos que preguntarnos si así también ocurre con nosotros y si así lo estamos viviendo. Por supuesto, ustedes me podrían decir “estamos acá en este momento, así que hemos buscado al Señor”. Esa es una parte; hemos hecho un esfuerzo, es una parte. Pero se trata de buscarlo con toda la fuerza de nuestro interior.

En Jeremías 29:13 dice:
“Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón”.
Así que esta es una de las condiciones para encontrar al Señor. Buscarlo con nuestro corazón, buscarlo con todos nuestros sentimientos. Y podremos vivir su presencia y ser ricos en experiencias en la fe, las personales, las que son intransferibles.
Ahora, amados hermanos, cuando decimos “buscar al Señor”, no es sólo esto que hemos hecho de venir aquí; hay otras formas de buscarlo. Buscarlo también significa volver a preguntarnos por su voluntad, ocuparnos de lo que Él desea y quiere para nosotros. Ante todo, si dejamos que el Espíritu Santo pueda obrar en nuestras almas, podremos ver su amor redentor. El Señor nos ha atraído para redimirnos, para darnos lo mejor: las fuerzas, también las bendiciones, pero, por último, nuestra salvación. Aunque haya momentos en los que no podamos entenderlo del todo. Por eso hay que volver a preguntar por su voluntad.

En ese mismo capítulo de Jeremías dice en el versículo 11:
“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.”
Esta es una palabra que nos ha acompañado y que especialmente acompaña en los momentos del dolor y del luto, cuando podemos estar en lo profundo del valle porque se pasa por el dolor de la muerte o de la despedida de un ser querido. En estos días ha partido a casa una joven hermana y una vez más he pensado: no estamos lo suficientemente preparados, pese a venir a la casa del Señor, para despedir a nuestros amados. Pero menos se está preparado para despedir a un hijo, así que podríamos colocar esa instancia, que es la más dura y a partir de allí volver a decir: pero el Señor me ha dicho: Yo sé los pensamientos que tengo para vosotros, pensamientos de bien y no de mal, para daros el fin que esperáis. Por último, el fin que esperamos es nuestra redención, la salvación de nosotros y de los nuestros.

Con cosas menores entonces, ¿cómo no vamos a preguntar por la voluntad del Señor?
Si podemos tener un poquito de tiempo en casa, podemos leer el segundo libro de Samuel, en el capítulo 16. Allí David es prácticamente agredido por Simeí, alguien que pertenecía a la casa de Saúl, y no responde a esa agresión. Se detiene y habla con los suyos acerca de cuál será la voluntad de Dios. Antes de actuar espontáneamente por sí mismo, él vuelve a preguntar por la voluntad de Dios, y luego, después, cuando tiene en claro, actúa.
Así que una de las formas de buscar al Señor es preguntar por su voluntad. Generalmente los que no llevan el temor de Dios creen que con su brazo lograrán todo y en más de un momento en las Escrituras son calificados como impíos. Esos no preguntan por la voluntad de Dios, nosotros sí.

Otra forma de buscar al Señor es acercándonos a Él. A través de nuestras oraciones, a través de nuestros diálogos. En este sentido, el Apóstol Juan es todo un documento, está permanentemente al lado del Señor, hasta el final, hasta en la cruz. Es uno de los que queda allí. Él había sentido el amor del Señor y a su vez lo amaba. Tantos se habían acercado al Señor porque tenían una necesidad, porque querían ser ayudados, pero no en forma profunda, no habían comprendido el punto de la redención y la salvación. Querían resolver aquello que era transitorio, momentáneo. Y entonces sí, venían de distintas formas y habrán estado en la multitud, quizás hasta lo habrán apretujado, como ocurre en aquel momento que Él dice “alguien me ha tocado, porque de mí ha salido virtud”. De todos aquellos que estaban rodeándolo había alguien con un corazón diferente, con un sentimiento diferente, que se había acercado buscando con todo el corazón. O recordemos también a aquellos diez leprosos, que sólo vuelve uno a agradecer.
Pero esta no fue la posición de Juan, él quedó siempre cerca del Señor, lo pudo comprender. Y vale aquello entonces, tan profundo, de que no lo amamos porque lo necesitamos, sino que lo necesitamos porque lo amamos. Así ocurre con cada uno de nosotros. Tenemos esa relación de amor porque primero hemos sentido de tantas formas su amor. Esta cercanía tiene que aumentarse y tiene que permanecer.

Otra forma de buscar tiene que ser sirviendo. Cuando uno sirve siente las consecuencias inmediatamente del gozo, de la calma. Uno siente el gozo, se vive al Señor en tantos aspectos. No perdamos oportunidad. Hay tantas formas... Una de las formas de servir al Señor es amar al prójimo. Brindándome por el prójimo, por el próximo. Por el que está al lado. Entonces esto tendrá que ver con nuestra relación con nuestra esposa, con nuestro esposo, con nuestros hijos, con nuestros padres, con nuestros abuelos, con nuestros vecinos. Especialmente aquellos que hemos venido alguna vez bajo el sentir de recibir la bendición para nuestro matrimonio hemos hecho una promesa. Entonces ese día de alguna forma dijimos que nuestro hogar iba a estar guiado por el Evangelio y que también la palabra del altar íbamos a compartirla y nos iba a ayudar. Íbamos a estar dispuestos a perdonarnos recíprocamente y ayudarnos. Así que hemos venido delante del altar, hemos invitado a tantos, teníamos esa alegría, porque queríamos hacer nuestra vida no solos, sino con la compañía divina.

Cuando hablamos de prójimo nos olvidamos que casi todo empieza bajo el techo en el que vivimos. Esa es una forma de buscar al Señor. De buscar siempre pidiendo la gracia. Y cuando nosotros buscamos y pedimos por la gracia el Señor hará y podrá hacer que nuestros corazones queden humildes.

Hay un hermoso pasaje en los Salmos que dice:
“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu.” (Salmos 51:10)
Cuando uno pide quedar bajo la gracia divina entonces también vivirá las consecuencias.

¿Vieron? Todo eso con la palabra “buscáis”. Y ahora nos vamos hacia la primera parte, la que está un poquito más adelante, y dice:
“...y vendrá súbitamente a su templo el Señor...”

El Señor vendrá a buscar a su novia en su templo, en su Iglesia. Allí donde los Apóstoles preparan a las almas para la venida del Señor. Y entonces bien nosotros lo podemos decir aquí: Iglesia no es un edificio. Iglesia no son las paredes. Es allí donde es manifestada la voluntad de Dios. Donde está el altar y donde hay almas deseosas. Esa es la Iglesia. ¿Y qué sucede en un templo, en una Iglesia? ¿Qué nos sucede a nosotros hoy? Bueno, ante todo hemos alabado, hemos agradecido. ¿No fue así? ¿No hicimos nuestra oración en forma colectiva? Y estamos todos de acuerdo con ese ruego, con esa alabanza, con ese agradecimiento, y siempre es poco, porque nunca advertimos toda la ayuda. No hemos adquirido todavía esa excelencia en la fe. Y siempre habrá motivos para alabar.
Así que el Señor vendrá a buscar a aquellos que estén alabando.
Cuando acudimos a una Iglesia y vamos a la comunidad, en el lugar que nos reunimos, colocamos nuestra ofrenda. Y siempre decimos “¡y todavía es tan poco!”, porque es una expresión de todo lo que el Señor nos ayudó, tanto en los puntos en los que nosotros observamos su intervención como en aquellos en los que no nos dimos cuenta.
También en su casa y en su Iglesia intentamos ser uno con el Señor, porque si somos uno con Dios también podemos ser uno entre nosotros. Eso es lo que pretende el amado Dios, encontrar unidad. Con las distintas formas que podamos tener, como ha sido este año con el Jubileo, “una misma meta y una misma fe”.

Mis amados, aquí dice:
“He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí...”
Desde cientos de años el Señor había prometido que enviaría al Mesías. Y Juan el Bautista estaba allí anunciando la presencia del Señor, contemporáneo con el Señor. El Señor también ha prometido su retorno. Esto está en el centro de nuestra fe, la columna vertebral de los cristianos nuevoapostólicos. Por ello aspiramos y rogamos. Y también como en este caso, los mensajeros son los Apóstoles. Que anuncian y vuelven a insistir en que este es el tiempo en que vendrá.
Nuestra mirada es hacia adelante, pero si miramos dos mil años para atrás, es para mirar y sacar alguna reflexión. Tantos años anunciando que vendría el Mesías, ¿y cuántos había esperándolo? Dos: el anciano Simeón y la profetisa. Llega un momento en que la costumbre, las dudas, las necesidades de cada época ayudan a postergar esto, entonces pasa inadvertido el suceso. Mis amados hermanos, esos mismos riesgos corremos todos nosotros. Aquí no vale los “antecedentes de apostólicos” que podamos tener. Recordemos esa expresión que dice: “Y cuando el Hijo del Hombre viniere, ¿hallará fe en la tierra?”. Por esto debemos preocuparnos y pelear cada día y cuidar cada día y velar cada día. Para el día del Señor será fundamental el estado del corazón y de dignidad que tengamos, Él lo evaluará. No hemos de llegar a la dignidad 100%, pero ese esfuerzo que hagamos sí será valorado por el Señor.
Otra medida que ha dicho el Apóstol Mayor en el Oficio del cual hemos tomado el texto, son las condiciones, esa predisposición que hay que tener para tomar la Santa Cena, para participar en el Padre Nuestro y quedar bajo la Absolución. Serán las mismas que serán pedidas en el día del Señor.

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