“Carta Pan” - Junio de 2015

Lunes 01/06/2015

Extraído de un Servicio Divino realizado por el Apóstol Jorge Franco


Texto bíblico:
“A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.” (Juan 1: 11)



Este texto es muy hermoso, es un versículo que uno tiene la sensación de que se “entremezcló” dentro de una profunda explicación que tiene el Evangelio de Juan para que todos sepamos medianamente y muy rápido cómo eran las cosas al principio.
Nosotros tenemos que conocer las cosas de Dios. Lo necesitamos y nos hace bien. No un invento que cada uno pueda hacer sino que tenemos que conocer las cosas de Dios, de parte de Dios. Y quién conoce mejor las cosas [del padre] que los hijos, que esa es la condición que tenemos por amor de Dios.
El primer versículo de este capítulo dice:

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.” (Juan 1:1)

Este era el principio con Dios, así eran las cosas. Desde esa situación, en ese poder creador, Dios creó todas las cosas. Fue su palabra la que creó todas las cosas. Para Dios tan sólo decir “sea” era el vehículo y el impulso necesario para que las cosas se creasen. Algo que nosotros no podemos hacer. Nosotros somos creados por Él. El ser humano fue la corona de todo lo que Dios creó, lo mejor: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (comparar con Gn 1: 26). Y Dios se contentó con su creación, se alegró. Nosotros también participamos de su creación y nos alegramos. Es su creación; creo que todos creemos en esto. A veces estamos tan acostumbrados que no nos detenemos, “todos los días pasa lo mismo”, decimos. Sale el sol, luego concluye el día. Pero uno no debería olvidarse de que este es un día de la vida y que es el más importante, porque es el que estamos transcurriendo, el que estamos viviendo. De ahí parten nuestras decisiones, buenas o malas, y todo lo que queremos llegar a ser. Luego dice:

“Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” (vers. 3)

Esto es un tema muy básico de lo que creemos nosotros profundamente, no tenemos duda de nada en esto. Tal vez no lo pensamos todos los días, es verdad, pero es un punto fuerte de nuestra fe, de toda nuestra vida diría, de nuestros conceptos de vida. Creemos en esto.

“En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.” (vers. 4)

Luego vienen algunos versículos más y llega el texto que hoy sirve como base del Servicio Divino. Lo releemos:

“A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.” (Juan 1: 11)

Claro, ahora está hablando de Jesús. Donde ese Verbo, ese Dios, esa luz, se encarna y se hace visible a los hombres. Es el gran misterio que tiene nuestra fe, la fe cristiana: la encarnación de Dios en Jesús, donde Dios toma forma de hombre, es hombre. Conocemos la historia, a través de María y demás. Pero pensemos en el hecho grandioso, fuerte, y la decisión de Dios para obrar a partir de ese momento de esa manera, en los años que le tocó a Jesús transitar entre las personas. Cómo se fueron cumpliendo los pasos desde este principio que dice aquí, desde ese principio creador. Luego todo el tiempo en que a través de los profetas Dios estableció que iba a nacer ese Mesías, ese ser que era Dios mismo entre los hombres, como persona. Porque tenía que hacer un trabajo que ya había sido previsto desde aquella caída del hombre en el pecado y preparar un camino de redención. Ahora sí estamos nosotros incluidos, ahora sí nos alcanza a nosotros.
Esto es plena doctrina cristiana. Muestra la gran profundidad con que interviene Dios, porque está establecido que Dios interviene en la historia del ser humano. Establece todas las cosas y estamos nosotros hoy, y si Jesús no viene antes, si no estamos nosotros vendrán otros. Pero esta secuencia de Dios, ese deseo de preparar a un pueblo para la vida eterna se ha de cumplir. Se han cumplido todas las cosas y ha de cumplir cada día que parte de la voluntad de Dios.

Esto es introductorio. Decíamos que este versículo parece como que se entremezcla en una exposición, en una explicación muy profunda de ese Dios mismo. Seguimos leyendo y es muy hermoso cuando Juan explica que el Verbo estuvo entre nosotros, lo palpamos (comparar con Juan 1:14). Claro, lo escuchaban y lo veían a Jesús, fue un momento muy único, muy celestial para esas personas. Algunas veces uno podría pensar: ojalá pudiéramos vivir un ratito nosotros esa realidad. Hoy lo vivimos a Jesús en espíritu. Hoy cada uno vive a Jesús en lo que Dios nos hace vivir como experiencia concreta y eso sirve para posicionarnos y ubicarnos ante ese gran misterio que se revela cuando Dios así lo permite. Y cuando uno está atento, predispuesto, sensible, y lo busca, entonces eso hace ese toque de Dios que nos hace bien, para que la fe tenga luz, tenga contenido, tenga dinámica, produzca obras. Que no sea una fe por tradición, una fe histórica o porque me lo dijeron sino que porque se han producido cosas en mí (y cuando digo en mí hablo de todos, de cada uno) donde esto tiene una repercusión y hace que la vida tenga una convicción de fe.

Cuando aquí dice: “A los suyos vino, y los suyos no le recibieron”, era otra realidad. Porque Jesús vino a ese pueblo, que era el pueblo de Dios. Nació de ellos. No vino de otro lado. Y ellos no le recibieron. Pese a todos los años y años y siglos que tenían esa gran promesa, no le reconocieron. Tal vez pensaron que tenía que ser de otra forma. ¿Cómo el Salvador iba a nacer en un pesebre? Y menos cómo iba morir en una cruz. Eran cosas incomprensibles para el pensamiento de esa época. Cuántas situaciones vivió Jesús frente a aquellos que lo rodeaban. Muy pocos lo siguieron. Fue acompañado por muy pocos a la cruz también.
Y uno puede decir: qué pena, qué lástima, cómo no lo recibieron, cómo no se dieron cuenta. Pero ya pasó ese momento. Hoy estamos nosotros.

Hoy Jesús viene permanentemente a nosotros: con su palabra, con su ayuda, con experiencias, con su gracia. Ahora estamos nosotros. Cabe la pregunta: ¿Nos va a pasar lo mismo? No, espero que a mí no. Tenemos un ejemplo ya, esperemos que a nosotros no. Cuando viene Jesús a tu encuentro, cuando viene con esa profunda paz, ¿tú la detectas, la vives, la comprendes? ¿Recibes al Señor cuando escuchas al Pastor, cuando tienes la posibilidad de ir a la casa de Dios, sea el día que fuere? Cuando Dios viene, ¿abrimos el corazón? ¿Lo recibimos? ¿Y le agradecemos?

En nuestro himnario regional hay un canto que dice “Cómo no he de agradecerte… Si en mí no fuera tu gracia, dónde estaría, Señor”. Esa es la reflexión que emana de un corazón creyente y que muestra que uno lo quiere recibir al Señor. “Señor, si tú sigues viniendo a los tuyos ahora, a nosotros, que somos tuyos, porque somos hijos de Dios por tu gracia, por redención y por tu sacrificio y por tus pasos sobre la tierra, entonces como los tuyos te queremos recibir”. Poner por obra su palabra, colocar su enseñanza, luchar para que ese Evangelio viva en cada uno de nosotros. Y que todo lo que Él ha enseñado y ha mostrado pueda ser un punto importante de nuestra vida de fe, no solamente en algo momentáneo. Recibir a Jesús quiere decir que vamos vislumbrando ese retorno de Cristo.

Esa es la comunidad del Señor. La que no rechaza a Cristo. Si esto fuera una costumbre, una comodidad a veces o algo porque sí, sería rechazar a Jesús. No tener en cuenta su sacrificio es rechazarlo. No tener en cuenta esta situación que Dios ha permitido, es como rechazarlo. Él decía: “El que en Él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el unigénito Hijo de Dios” (comparar con Jn 3:18). No muerto en sentido material sino en la vida del alma.

Y esa luz también es parte de este Dios. Juan en su primera carta como Apóstol lo expresa, que Dios es luz. Y que el reconocimiento de la claridad que nos da la cercanía de Dios, pueda vivir en nosotros, y que esa lucecita que como hijos de Dios podemos tener cuando trasunta la virtud que Dios, por gracia nos ha brindado, sirva para contagiar y ayudar a otros. Que pueda ser el hijo de Dios esa luz en la oscuridad que hoy existe sobre la tierra. Esa luz pueda brillar en la oscuridad, pues esa oscuridad produce la desconfianza, la desesperanza, la intranquilidad, la decepción humana. Que el hijo de Dios pueda ser esa luz. Es un tiempo hoy en donde aún una pequeña luz puede brillar mucho.

Porque el camino hacia las cosas de Dios, en lo espiritual va directo a las cosas de Dios, pero en lo humano es cada vez más divergente, más dispar. El tema de la fe en las cosas de Dios no es algo tan común, tan de todos los días. Aunque después sucede que hay ciertos puntos en la vida donde la gente entonces busca a Dios, necesita de Dios.

Un siervo me comentaba que estaba yendo a pagar un impuesto en algún organismo oficial y una joven que lo atendió le preguntó: ¿Usted no es un Pastor? No era apostólica, no conocía nuestra Iglesia. Él le respondió que sí, que era un Pastor y que concurría a la Iglesia. Entonces ella le dijo: le pregunto porque yo estoy buscando a Dios. Era una joven; a veces se piensa que la Iglesia no es para los jóvenes. No lo pensamos nosotros, a veces otros lo piensan. ¿Por qué se llega a esa conclusión final? Seguramente ha tenido algunos inconvenientes, problemas y dijo: yo necesito y busco a Dios. El asunto sería que no sea una conclusión final sino que sea una hermosa conclusión inicial: que con Dios, todas las cosas son diferentes.

Jesús vino, estuvo entre ellos, hizo milagros y no le recibieron. Discutían con Él, lo probaban. ¿Cuál es nuestra posición hoy? Estamos en las mismas condiciones. No lo hace de forma visible pero lo hace a través de su Espíritu. Que podamos decirle: “¡Jesús, ven, yo te voy a recibir! Te necesito, todo el lugar es para ti”. Que así podamos crecer. Pensémoslo. Tengámoslo en cuenta. Jesús permanentemente viene a nuestro encuentro. Que esta sea una impronta que uno pueda tener y que rápidamente así lo pueda aceptar.


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